-Hamburguesas -gritó Martina-. ¡Qué mamá más buena eres tú!
-Pero solo puedes comértela después de la ensalada -advirtió Paula.
-Ella no es tu mamá -soltó Nacho-. Ni siquiera es tu tía. De hecho, no tiene ninguna relación con nosotros.
Martina dejó el vaso de leche sobre la mesa muy despacio y miró a su hermano como si quisiera tirárselo.
-Es un niño malo, Nacho. Claro que es mi mamá.
-¡No lo es!
-Lo es. Tío Pedro, ¿A que sí?
-Bueno, en realidad... Me temo que no puedo contestar -se disculpó Pedro.
-¡Lo es! -insistió Martina-. ¡Lo es! ¿A que sí, Paula?
-Tu tío es un cobarde. Es el hermano de tu madre, así que, si él no puede contestar, ¿Cómo voy a hacerlo yo? -respondió Paula inclinándose para enjugar una lágrima de la niña-. Pero si quieres que sea tu madre durante una temporada yo encantada.
-¿Lo ves? -comentó Martina dirigiéndose a Eddie.
-Bueno, pues no es mi madre -musitó el niño-, así que si es tu madre, pero mía no, entonces tú y yo no somos hermanos.
Nacho volvió a su hamburguesa y, cuando Martina tomó el vaso de leche de la mesa todos se alarmaron. Sin embargo la niña bebió tranquila mirando a su hermano.
-Paula es mi madre -repitió-. ¡Es mi madre! Y si tú no eres un hermano, pues no me importa.
En ese instante ocurrieron dos cosas: las lágrimas comenzaron a resbalar por las mejillas de la niña que, al mismo tiempo, tiró el resto de la leche salpicando a Nacho y a su tío. Nacho se echó atrás y se puso en pie gritando:
-¡Pues yo no necesito una hermana!
Acto seguido, y a pesar de sus años, se puso a llorar.
-Bueno, pues me alegro -gritó a su vez Martina-. Yo no necesito hermano. Ni tío tampoco -declaró corriendo hasta la puerta.
-Cuidado con tus modales -ordenó el tío Pedro.
-Sí, se...señor -contestó Martina tartamudeando, llena de lágrimas, corriendo a las escaleras.
-Yo iré con ella -se ofreció Paula-. Todas las niñas necesitan una mamá.
-Quien te dijo eso mintió -gruñó el tío Pedro-. Aún no te has comido la cena. Siéntate. Yo iré a verla.
-No te atrevas a ponerle la mano encima -soltó Paula.
Pedro Alfonso se levantó despacio, se limpió la boca con la servilleta y dijo:
-Yo jamás en la vida he pegado a ninguna mujer, pero como sigas haciendo ese tipo de comentarios puede que acabe cambiando de hábitos.
Luego salió de la cocina.
-¡Wow! -exclamó Nacho enjugándose las lágrimas.
-¿Pero qué nos ha pasado? -preguntó Paula.
-No te preocupes, no es nada -contestó Nacho empujando la silla para ponerse junto a ella-. No es más que una niña. No te pongas a llorar tú ahora.
-No, no lloraré -contestó Paula secándose furtivamente una lágrima.
Nacho se subió de pie sobre la silla y la abrazó.
-¿Sabes una cosa? Echo de menos a mis padres. Supongo que a Martina le ocurre lo mismo. Se fueron hace mucho tiempo.
-Sí, lo sé. Yo también echo de menos a mis padres cuando se van. Pero siempre vuelven.
-Quieres decir que... ¿Que los míos volverán?
-Seguro -contestó Paula deseosa de que fuera cierto.
En ese instante llegó Pedro, que no dejaba de sacudir la cabeza.
-¿Qué tal está? -preguntó Paula.
-No lo sé -suspiró él-. Ha estado llorando, luego me ha exigido que repitiera que tú eres su madre, y al final se ha dormido.
-Es buena, pero no sabe nada de nada -afirmó Nacho-. Cuando vuelva mamá todo se arreglará, ya lo verán.
-Si tú te portas bien con ella todo se arreglará -dijo su tío dándole golpecitos en el hombro.
-Tranquilo, ella me cae bien -aseguró Nacho acercándose a Paula y poniendo un brazo por sus hombros-. Y tú también, tía Paula. A todos nos caes bien.
Aquella noche Paula Chaves subió las escaleras hacia su dormitorio sintiendo como si flotara en una nube. Y Pedro Alfonso, por alguna extraña razón, se quedó al pie de la escalera observándola.
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