-Ya, conociéndolo comprendo por qué le pones a él en primer lugar - comentó Pedro mirándola con curiosidad-. Hay algo más, ¿No es así? ¿Qué ocurrió?
-Quería que nos casáramos. Bueno, al menos eso es lo que le dijo a mi madre.
-Y a tí, ¿Qué te dijo?
-Que quería... ya sabes, pero yo me negaba. Por eso trató de conseguirme por la fuerza. No quiero hablar de eso.
-¿Trató de hacerlo a la fuerza?
-Se llama intento de violación, y no quiero hablar de eso.
-¿Y tu hermano lo trajo aquí para que nos ayudara?
-Sí, yo no le conté nada a Gonzalo, tenía miedo. Tiene muy mal carácter, igual que yo, y además... es tan fuerte que Dios sabe qué habría hecho. No quería ver a mi hermano metido en problemas.
-Entonces tengo suerte de que a mí me ames -dijo él en voz baja.
-Que tienes... ¿Qué?
-No grites, amor. No es de buena educación.
-¿Que tienes suerte de que te ame? ¡Tú has perdido un tomillo! Quiero a tu sobrino y a tu sobrina, pero a tí...
-Bien, entonces que me den lecciones los niños, ¿Te parece? -preguntó él cambiando el peso de su cuerpo de una muleta a la otra.
De pronto la almohadilla de la escayola pareció resbalar, y Pedro movió la pierna adelante y atrás.
-¡Dios! ¡Cuidado! -exclamó Paula alargando ambas manos para ayudarlo.
Pedro cayó al suelo tirando de ella. La tenía agarrada por los hombros. Paula, ruborizada, lo sujetó con fuerza.
-Eso intento -contestó él. Tenía los labios pegados al oído de Paula. Ella podía sentir su aliento, caliente y dulce, los latidos de su corazón, más rápidos de lo que jamás hubiera escuchado. Él deslizó la mano izquierda desde el hombro hasta su cintura para agarrarla con fuerza-. Enseguida me levanto.
¿Pero qué estaba haciendo?, se preguntó Paula. Él la estrechaba contra sí, desde el hombro hasta el muslo, y ella estaba ahí quieta, esperando. ¿Pero esperando, a qué? ¿Qué estaba haciendo él? Aquella, de alguna manera, era una pregunta retórica. Ella sabía perfectamente lo que estaba haciendo pero, o no quería admitirlo, o no deseaba que se detuviera. Se agarró a él con más fuerza. Pedro pareció deslizarse a lo largo del cuerpo de Paula. En todo caso sus rostros por fin se quedaron a la misma altura, y los labios de él se posaron sobre los de ella. Definitivamente, no estaba preparada. Sin embargo fue agradable; placentero. Cálido, húmedo y... ¿Erótico? Pero antes de que ella pudiera trasformar aquello en un largo e íntimo deleite la puerta principal de la casa se abrió de golpe.
-¡Ya estoy en casa! -gritó Nacho arrojando la cartera con los libros al suelo-. ¿Qué están haciendo ustedes dos?
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