lunes, 28 de diciembre de 2020

Mi destino Eres Tú: Capítulo 68

 Paula dió un paso atrás y se dió sombra en los ojos con la mano.


-¿Seiscientos dólares? Pues ha sido barato, hubiera podido ponerse en millón y medio o más.


-¡Maldita sea, es mucho dinero...!


Gonzalo cayó al sentir la mano de su padre sobre su hombro.


-¿Por qué fue, cariño?


-Bueno, tuve que rescatar a mi futura cuñada -explicó Paula resuelta-. Un grupo guerrillero los tenía secuestrados a ella y a su marido.


Gonzalo pareció tragar. Su padre se acercó y la besó en la frente.


-Bueno pues, tal y como has dicho, pudo haber salido por millón y medio. ¿Sabe tu madre algo de esto?


-¿Del rescate? No, pero sabe lo de mi futura cuñada. Acabo de decírselo. Está en el cementerio, riéndose de mí. Si me disculpan, tengo que ir a hablar con mi futuro marido.


Y entonces su padre y su hermano comenzaron a reírse de ella también.


-A este precio creo que puedo ir a ayudarte -se ofreció Gonzalo.


-No, gracias, prefiero encargarme yo sola de esto -contestó Hope entrando en el coche y arrancando.


-Mira quién ha crecido hoy -dijo el padre dirigiéndose al hijo-. Ahí viene tu madre. Me pregunto... vamos a ver si le sonsacamos algo. 





Pedro Alfonso seguía caminando de un lado a otro, de la cocina a la puerta principal, musitando.


-¿A dónde diablos ha podido ir? No, eso no es lo importante, lo importante es, ¿Por qué? Le dices a una chica que te quieres casar con ella y va, hace la maleta y se larga. ¿Es un rechazo, un quizá? ¡Si estuvieran los niños en casa volvería enseguida!


Entonces escuchó el ruido de un motor, pero no era el jeep de Paula ni el coche de alquiler de su hermana. Pedro asomó la cabeza por la ventana y vió a David Pleasanton salir de su Porsche. E inmediatamente detrás llegó el Jeep. Volvió al salón, abrió el periódico y trató de aparentar que estaba ocupado. La puerta principal se abrió.


-¡Como no me quites las manos de encima, David, te voy a dar un puñetazo!


-¿Tú?, ¿Y quién más? -replicó David-. ¡Maldita sea, deja ya de arañarme la cara!


-Alfred, o me sueltas o llamo al perro.


-¡Hah! Te he visto dejarlo en casa de tu madre, y los niños han vuelto a Myrtle Street.


-Pedro está arriba -advirtió ella con voz trémula.


-Lo dudo.


No era cierto, claro. Pedr se levantó de la silla, se estiró y salió al vestíbulo.


-¡Qué listo eres, Pleasanton! Pues es verdad, no estaba arriba. ¿Por qué no sueltas a la señorita?


-Escucha, Alfonso, la última vez que nos vimos todo fue un accidente. Si el niño no hubiera aparecido con el arma no habrías tenido la menor oportunidad. ¿Por qué no te vuelves a tu...? -David miró por encima del hombro de Pedro y vió el periódico-... ¿A tu periódico? Voy a domesticar a esta brujita, y luego voy a casarme con ella. O quizá no me case, ya veré. ¿Qué tal la pierna?


-Muy bien-respondió Pedro-. ¿Sabes?, es gracioso. Estaba convencido de que era yo quien iba a casarme con ella. De hecho estaba a punto de preguntárselo a su padre. 


-No pierdas el tiempo, Alfonso -sugirió David soltando la muñeca de Paula-. Yo tengo muy buenas relaciones con el viejo. Y con la madre también.


-Paula, ¿Por qué no vas prepararme una taza de café? -sugirió Pedro.


-¿Estás seguro de que... todo va a ir bien? -preguntó Paula tartamudeando


-Perfectamente, pero no te aseguro lo mismo de nuestro amigo Pleasanton, aquí presente. ¿Has hablado con tu madre sobre nosotros? - Paula asintió-. ¿Y qué te dijo?


-Se... echó a reír.


-Inteligente -comentó David-. ¿Por qué no vas a preparar ese café? Creo que Alfonso va a necesitarlo.


-Sí... iré -contestó Paula escabullándose por el pasillo y girando por la puerta justo a tiempo para ver a Pedro saltando sobre David y pegándolo en el plexo solar.


David se echó atrás, chocó contra la pared y quedó sentado en el suelo, inmóvil, sin poder decir una palabra. Paula salió de la cocina con una cacerola y corrió al vestíbulo.


—Te dije que... no deberías de haber hecho eso, vas a romperle la mandíbula y tú serás el culpable -advirtió Paula.


-¿Quién, yo? Pero si ni siquiera me he acercado a sus dientes. Además, estaba muy nervioso por lo que te estaba diciendo. Suelta ya esa cacerola - sugirió Pedro.


Paula dejó la cacerola sobre el sofá.


-Y ahora ven aquí -ordenó Pedro.


-Eres muy mandón, ¿No?


-Mucho.


Paula sacudió la cabeza y obedeció. Era difícil llegar hasta él porque cada vez que daba un paso adelante él parecía darlo atrás. Hasta que llegó al sillón. Entonces se sentó.


-¿Recuerdas todas esas cosas que te dije que haríamos en nuestra noche de bodas? -preguntó él.


-Sí, eran toda una amenaza. ¿Y bien?


-Bueno, pues no voy a hacer ninguna.

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