-¿Eso es un halago?
-Sí, un halago sincero y verdadero.
Para Paula cualquier halago procedente de aquel hombre resultaba del todo incomprensible. Se ruborizó y se volvió de espaldas, hacia el horno.
-Aquí hay algo que huele realmente bien -dijo él en un susurro en su oído.
Paula se volvió de inmediato.
-No es más que pan -protestó advirtiéndole de que no se acercara con un gesto de las manos.
-No me refería a eso -contestó él poniendo una mano sobre cada uno de sus hombros y atrayéndola hacia sí-. Me refería a esto -añadió oliendo su piel del cuello, donde aquella misma mañana se había puesto un toque de perfume Ma Femme.
Paula se quedó mirándolo hipnotizada. Él inclinó la cabeza poco a poco hasta que sus labios se rozaron. Fue un contacto suave, más una caricia que un beso.
-¿Qué haces, tío Pedro? -preguntó Martina desde el umbral de la puerta-. ¿Te estás casando con Paula?
Él se apartó y respiró hondo.
-¿Casarme? ¿A quién se le ha ocurrido algo así? Estoy besando a la cocinera. Compruebo si está lista. Ya sabes, igual que hay que comprobar si está el pan.
-¿Y está lista?
-¡Oh, Dios, el pan! -exclamó Paula girándose y abriendo el horno con un guante. El olor a pan recién hecho envolvió la cocina-. El pan está listo -anunció.
Y ella también. Ella también.
Hacia las seis de la tarde por fin cesó la tormenta de nieve. La borrasca se estaba alejando. A esas horas los dos niños estaban ya exhaustos, profundamente dormidos. En el piso de abajo, en el cálido salón, Paula tejía con Luca a sus pies. Pedro dejó de leer.
-¿Es que no paras nunca?
-Es un regalo de Navidad -contestó Paula sosteniendo el jersey infantil de rayas rojas y blancas a medio hacer.
-Pues entonces no hace falta que corras, aún falta mucho para la Navidad.
-No entiendes nada. Era un regalo de las navidades pasadas, para Joaquín, el hijo de Macarena. Iba tan lenta que al final tuve que comprarle algo.
-¿Y eso es malo?
-Sí, al menos para mí. Se supone que los regalos tienen que salirte del corazón y de las manos.
-Pero es más fácil comprar algo.
-Sí, ya me lo figuro, pero eso no cuenta. En nuestra familia somos catorce, y si queremos algo nos lo compramos. Excepto Tamara, claro. No es más que un bebé.
-Sí, claro -musitó él volviendo a levantar el libro, para apartarlo una vez más-. ¿Y tú eres la única adulta que no está casada?
Los dedos de Paula se detuvieron, la labor cayó sobre su regazo. ¿A dónde quería llegar a parar?, se preguntó. Cada vez que un hombre hablaba del dinero de los Chaves se ponía en guardia. Ladeó la cabeza y lo miró, sentado al otro lado de la chimenea.
-Sí.
-¿Y nadie ha querido casarse contigo por tu dinero?
-Muchas personas.
-¿Pero tú no te enamoraste de ninguno de ellos?
-Ya lo ves. Por supuesto conté con la colaboración de la Chaves Detective Service, que está a las órdenes de tres de los abogados de la empresa.
-¡Wow! ¡Vaya con la Bella Durmiente!
-¿Y eso?
-Tu padre te puso a dormir y te colocó a esos detectives para que te protegieran, pero ha llegado el momento de que despiertes, ¿No crees?
-No comprendo.
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