lunes, 17 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 18

–No lo sé. Estoy cansada. Además, me gusta tu casa. Es muy tranquila. ¿Tienes despensa?

Una vez más, ella se salía por la tangente, observó él para sus adentros.

–Sí, pero no estoy seguro de si está muy llena –contestó Pedro.

–Vamos a ver. Será divertido.

Pedro se levantó y la llevó a la cocina. Su prima Mariana había contribuido a su diseño. Los electrodomésticos eran de última generación y los mostradores de granito negro y gris. Él casi nunca pasaba tiempo allí. Era más fácil subir a la casa principal cada vez que tenía hambre.

Paula se detuvo, en jarras, mirando a su alrededor.

–Es bonita. Unos cuantos paños de cocina podrían darle color. ¿Por qué tienes una cocina tan completa si todos comen juntos en el castillo?

–No siempre comemos allí. Mis dos hermanos se han casado y suelen pasar más tiempo en sus casas. Y mis primos y yo nos presentamos allí según nos parece. Lucas y Federico suelen ir con sus novias de vez en cuando. Mi tío y mi padre siguen una política de puertas abiertas.

–Pobre chef. Planear las comidas debe de ser una pesadilla.

Pedro nunca había pensando en eso.

–Los cocineros reciben un buen sueldo –comentó él a la defensiva.

De nuevo, Paula lo había puesto en evidencia. Al parecer, ella estaba más al tanto del punto de vista de los demás que del suyo propio.

–Al menos, aquí hay un poco de color –observó ella, señalando los cacharros de cobre colgados de la pared.

–Podría buscar una bandeja azul en el cajón, si eso te hace sentir mejor.

Ella lo ignoró y abrió las puertas de la despensa.

–Prepárate, doctor –advirtió ella y le lanzó un paquete de harina.

Pedro lo agarró al vuelo y, por suerte, estuvo mejor preparado cuando le tocó el turno a las latas de melocotón y moras. El lanzamiento de comida continuó hasta que se vio obligado a hacer malabarismos con unas cuantas hortalizas. Lo colocó todo sobre la encimera.

Al fin, Paula quedó satisfecha. Entonces, empezó a agacharse para buscar en los armarios. Habría sido mejor que Pedro no la hubiera observado hacerlo. Su trasero en forma de corazón se delineaba a la perfección contra el tejido de algodón de los vaqueros y él tuvo que hacer un esfuerzo supremo para no ponerle las manos encima.

–¿Puedo preguntarte qué tienes en mente? –quiso saber él, cruzándose de brazos.

–Tortitas de frutas. Son mi especialidad. Y beicon, si tienes.

A Pedro se le hizo la boca agua y, por un instante, su estómago le ganó la partida a sus instintos sexuales.

–No tienes que cocinar para mí. Tenemos treinta o cuarenta empleados para hacerlo.

Paula puso una sartén sobre el fuego y sacó mantequilla y beicon de la nevera.

–Me gusta que me sirvan como a cualquiera –admitió ella–. Pero es agradable estar solos, ¿No te parece? –añadió–. Siéntate y habla conmigo.

–Esta es mi casa –protestó él, tras digerir su orden.

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