lunes, 10 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 1

Pedro Alfonso había visto a muchas mujeres desnudas en su vida. Conocía el cuerpo femenino por dentro y por fuera. Después de todo, era médico. Pero, cuando Paula Chaves puso los pies en su consulta, vestida por completo, reaccionó como hombre y no como médico.

–Tome asiento, señorita Chaves –invitó él, refugiándose detrás de su escritorio.

Ella actuó como si no lo hubiera oído. Con paso rápido y nervioso, se acercó a la ventana que daba al bosque, dándole la espalda. Pedro aprovechó la oportunidad para observarla. Estaba delgada, quizá demasiado. Sin duda, era por influencia de la moda que imperaba en Hollywood. Paula Chaves era una estrella. Y, al verla en carne y hueso por primera vez, entendió por qué. Era exquisita. Etérea. Llevaba el pelo recogido en una sencilla cola de caballo que resaltaba sus hermosos rasgos y la delicada curva de su nuca.

Pedro se acomodó en la silla, un poco inquieto. El silencio no le molestaba. Podía esperar a que ella quisiera hablar. Lo que le molestaba era su erección. Llevaba años sin estar con una mujer. Había aprendido a dominar su sexualidad a voluntad y casi nunca dejaba que su instinto tomara las riendas. Sin embargo, en presencia de aquella musa sexual de la gran pantalla, tuvo que reconocer que también era humano.

–¿Cómo ha sabido dónde encontrarme, señorita Chaves? – preguntó él al fin, intrigado por su silencio.

Ella se giró un poco, dignándose a contestar.

–Conoce a Marcos Vargas, ¿Verdad? El actor.

–Un poco. Mi cuñada Jimena es amiga suya.

Paula asintió y volvió a posar la mirada en el bosque que se veía por la ventana.

–Me vió en una fiesta hace poco y me dijo que tenía un aspecto de m… –comenzó a decir ella y se interrumpió de golpe. Miró a su interlocutor a la cara–. Lo siento. Digamos que lo que me dijo no fue muy halagador. Me aconsejó venir a verlo e insistió en darme sus datos de contacto.

–Hay médicos en Hollywood, también.

–Marcos dice que, a causa de lo que su familia ha sufrido con la prensa a lo largo de los años, es usted muy discreto. ¿Es así? Sé muy bien que la prensa del corazón daría una gran suma de dinero por tener mi informe médico. No tengo nadie más a quien recurrir. No confío en nadie.

–No necesito su dinero, señorita Chaves. Y mi familia y yo despreciamos a la prensa amarilla. Así que no se preocupe, su secreto está a salvo conmigo.

–Gracias –repuso ella y dejó escapar un suave gemido–. No sabe lo que eso significa para mí –añadió y se rodeó la cintura con los brazos.

El vestido le llegaba a las rodillas y dejaba entrever unas piernas interminables y esbeltas. El fino tejido se ajustaba a sus pequeños pechos y dejaba traslucir la silueta de sus pezones. Lo más probable era que no llevara sujetador, pensó Pedro con la boca seca.

–Tengo que decirle, señorita Chaves, que no tengo mucha experiencia con desórdenes alimentarios. Pero podría aconsejarle un centro especializado.

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