viernes, 21 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 27

Las maletas llegaron en ese momento. Minutos después, Karen salió, seguida del sonriente mozo al que Paula acababa de darle un puñado de billetes de propina. La casita se quedó en silencio. Paula se quitó los zapatos, se soltó el pelo y se dejó caer sobre el colchón. Entonces, lo miró con gesto travieso.

–¿Qué lado de la cama prefieres?

Paula estaba muy nerviosa, aunque intentaba ocultarlo. La expresión de Pedro era indescifrable. ¿Estaría impresionado por el alojamiento? Tal vez pensaba que era una princesita malcriada.

–Dí algo –le urgió ella.

–No les dijiste que iba a venir, ¿Verdad? –preguntó él, cruzándose de brazos.

De pronto, ante su intensa mirada de desaprobación, a Paula le pareció que todo el oxígeno se esfumaba de la habitación.

–No tenía por qué –se defendió ella, tratando de no sentirse intimidada–. Puedo traer a quien quiera. Y da lo mismo, además. Todas las villas del complejo tienen camas de matrimonio y sitio de sobra. A mí no iban a alojarme en el hotel.

–¿Porque eres la estrella?

–Sí –repuso ella, encogiéndose de hombros.

Entonces, sonó el móvil de Paula. Ella se sentó y respondió al momento.

–Hola, mamá. Sí, estoy sana y salva. Sí, está conmigo. ¿Cómo te ha ido el día? ¿Funciona la nueva medicación?

Charló con su madre unos minutos más y, cuando colgó, se giró hacia Pedro, que seguía mirándola con intensidad.

–¿Cómo está?

–Bien, supongo. No quiere preocuparme, así que nunca se queja conmigo. Los médicos no nos han hecho ninguna promesa, sin embargo.

–Yo sé lo duro que es perder a alguien –afirmó él con una sombra en la mirada.

–¿Tu madre?

–Era muy pequeño cuando ella murió, apenas recuerdo nada. Pero…

–¿Pero qué? –preguntó ella, conmovida al darse cuenta de que Pedro se estaba ofreciendo a compartir con ella un pedazo de su intimidad.

–Una compañera de la carrera tenía cáncer. Ella era… – comenzó a decir él y se detuvo de golpe–. No importa. No debí sacar el tema. No tiene un final feliz.

Paula se levantó de la cama y se acercó a él.

–Lo siento, Pedro –lo consoló ella y le dió la mano.

–Ser médico puede ser tanto una bendición como una maldición –comentó él, apretándole la mano–. Al principio, crees que vas a poder salvar el mundo o, al menos, a las personas que te importan. Pero, según pasa el tiempo, te das cuenta de que todo tu conocimiento y experiencia no sirven para nada en ocasiones.

A ella se le encogió el corazón al percibir el hondo pesar que invadía a Pedro. Por otra parte, empezó a comprender por qué él había aceptado ayudarla. Lo más probable era que estuviera traumatizado por las pérdidas del pasado, por no haber podido hacer nada para ayudar a sus seres más queridos: su madre, su amigo y… ¿Su novia?

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