miércoles, 5 de diciembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 61

Pedro pasaba todo el día trabajando en la casa, imaginando cuánto le gustaría a Paula cuando volviera, pero a medida que pasaban los días sus esperanzas se iban diluyendo.Hasta que una semana más tarde, cuando volvía exhausto a casa de Alejandra, Apolo corrió hacia él, ladrando. Se detuvo y se fijó en que había un coche desconocido en el garaje y que la puerta de la casa estaba abierta. El corazón le dió un salto de alegría, y se frotó precipitadamente el polvo de la cara al tiempo que corría hacia la casa. Hasta que la aparición de una mujer en la puerta hizo que se detuviera en seco.

–¿Delfina?

Efectivamente. Y lo miraba tan desconcertada como él a ella.

–¿Dónde está Paula? –preguntó.

–En Tailandia.

–¿En Tailandia? ¿Por qué? ¿Y tú quién eres? –preguntó ella, desconcertada.

Pedro sonrió al ver que no lo reconocía.

–Pedro Alfonso. Nos conocimos en la boda de mi primo. ¿Qué haces aquí?

Ante la sorpresa de Pedro, Delfina estalló en llanto y, entre sollozos, dijo:

–Necesito a Pau.

Pedro tuvo dos impulsos contrarios, acercarse para consolarla y salir huyendo.

–¿Qué te pasa? –dijo, quedándose donde estaba.

–Lucas ha roto nuestro compromiso –dijo entre hipidos–. Y es mi culpa... Pero solo quería ponerlo celoso. Martín no significa nada... Es solo un amigo.

–Entra –dijo Pedro con dulzura–. Llevaré tus maletas y te haré un té.

Delfina sonrió con tristeza.

–Vale. Es lo que Pau haría. Te pareces a ella.

Pedro pensó que era el mayor cumplido que había recibido en su vida. Tras meter las maletas y poner el agua a hervir, fue a lavarse y a ponerse una camiseta limpia.Cuando volvió a la cocina, se dio cuenta de que se alegraba de que Delfina estuviera allí porque representaba un vínculo con Paula. Delfina se había lavado la cara, pero tenía los ojos rojos e hinchados.

–¿Qué puedo hacer? –preguntó, siguiéndolo a la cocina.

Pedro le sirvió un té y se lo pasó.

–Bébetelo.

Delfina se lo llevó hasta el sofá y se acurrucó en una esquina.

–Pau sabría qué hacer –susurró. Luego alzó la mirada hacia Pedro y repitió–: ¿Qué puedo hacer?

Pedro se preguntó qué diría Paula.

–¿Dónde está Lucas? –preguntó.

–Aquí.

Pedro miró alrededor, preguntándose si no se había fijado bien.

–¿Qué quieres decir?

–En casa de sus padres, a un kilómetro de aquí –Delfina volvió a llorar–. No quiere hablar conmigo.

–¿Lo has intentado?

–No.

–Entonces...

–Me ha dicho que hemos acabado, que va a buscarse otra novia, que me odia.

–No es verdad –dijo Pedro con firmeza–. Ve a hablar con él.

–Pero...

–Escucha –Pedro se sentó al lado de Delfina y le dijo con convicción–: Si Lucas dice que te odia, es porque intenta no amarte pero no lo consigue.

Delfina lo miró con ojos muy abiertos y por primera vez esperanzados.

–¿Estás seguro?

¿Lo estaba? ¿Qué sabía él del amor? Mucho, fue la sorprendente respuesta que se dió. Había estado enamorado una vez y volvía a estarlo... de Paula. La admisión lo golpeó como un puñetazo en la boca del estómago.

–¿Y si tiene una novia nueva?

–Si fuera así, ¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte aquí de brazos cruzados?

–Yo... –Delfina lo miró desvalida.

–Puedes elegir no hacer nada si no te importa, o actuar como si no te importara –dijo Pedro. Tras una pausa, añadió–: O puedes arriesgarte.

Arriesgarte. Arriesgarte. Arriesgarte. La palabra se repitió como un eco en su mente. Delfina guardó silencio mirando alternativamente la taza de té y a Pedro, hasta que finalmente sostuvo la mirada de este y dijo:

–Voy a arriesgarme.

Sus palabras cayeron como piedras en un lago tranquilo, creando círculos concéntricos que tuvieron en Pedro el efecto de un maremoto. Delfina se levantó, dejó la taza, se peinó, se secó las mejillas y dándole un beso en la mejilla, dijo:

–Ojalá tengas razón.

En cuanto salió por la puerta, Pedro tomó el teléfono y llamó a la agencia de viajes a la vez que rezaba para, efectivamente, estar en lo cierto.

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