lunes, 10 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 4

–Siéntese, señorita Chaves, por favor –ofreció él, tendiéndole una caja de pañuelos.

–Llámeme Paula –invitó ella y se sentó.

Pedro trató de no fijarse en cómo la falda se le subía un poco, dejando al descubierto unos muslos esbeltos.

–Es un nombre muy bonito. ¿Te gusta tu trabajo?

–El trabajo perfecto no existe, doctor Alfonso. Usted debería saberlo.

–Tiene razón –reconoció él y se recostó en su asiento, preguntándose si iba a ser capaz de ofrecer atención médica a esa mujer. Por el momento, solo podía pensar en el sabor que tendrían aquellos labios–. ¿Va a decirme por qué ha venido a Montaña Alfonso?

–Hábleme de este lugar –pidió ella, haciéndose de rogar–. La casa principal parece un castillo.

–Es el lugar donde crecimos.

–Bastante impresionante. Está rodeado de acres de bosque salvaje. La carretera más cercana está a muchos kilómetros de distancia. No está mal.

–Fue una prisión para nosotros –admitió él y se mordió la lengua. No tenía por qué compartir sus sentimientos con sus pacientes–. Creo que debemos centrarnos en usted, Paula. Por cierto, puedes llamarme Pedro.

–¿Y si yo prefiero llamarlo doctor Alfonso?

–Creí que la gente del cine huía de los formalismos –observó él, frustrado consigo mismo por lo excitado que estaba.

–Prefiero mantener las distancias con un hombre que puede que me vea desnuda.

Pedro tragó saliva.

–Creo que has hecho el viaje en balde, Paula. No puedo ayudarte.

–No te he dicho todavía qué me pasa –señaló ella, mirándolo con desconfianza.

–¿Vas a hacerlo? –preguntó él con brusquedad.

–¿Por qué estás enojado?

–No estoy enojado. Estoy ocupado. Estaba trabajando en un proyecto cuando llegaste.

–La mayoría de los hombres encuentran tiempo para mí.

–Pensé que buscabas un médico, no un hombre –le recordó él, sin dudarlo.

–Tal vez necesite ambas cosas.

–Creo que no nos estamos entendiendo, Paula. ¿Vas a decirme por qué estás aquí?

Ella se sonrojó. Echó la cabeza hacia delante con un gesto de derrota y resignación. ¿Estaría actuando para llevarlo a su terreno?, se preguntó él.

–¿Paula? –llamó Pedro, reprendiéndose a sí mismo en silencio por ser incapaz de manejar mejor la conversación. Pero esa mujer era demasiado bella, parecía diseñada para volver loco a cualquier hombre–. Habla conmigo. Lo que tengas que decir, no saldrá de esta habitación, aunque no sea yo quien te trate. Lo juro.

Ella se humedeció los labios con la punta de la lengua y levantó la cabeza.

–Necesito contratarte durante los próximos dos meses.

–¿Como tu médico personal? –inquirió él, sin comprender.

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