miércoles, 19 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 21

Mientras ponderaba sus opciones, una voz masculina detrás de ella rompió su calma.

–¿Estás loca? –la reprendió Pedro, jadeante, irradiando calidez y seguridad de su fuerte cuerpo.

–No pretendía despertarte. No podía dormir.

–¿Querías tirarte por el precipicio?

–Tengo mucho cuidado –se defendió ella.

–Paula, estás a un metro de una caída de doscientos metros de altura.

Vaya, pensó ella.

–Estoy bien. No te preocupes tanto.

Paula notó cómo él se controlaba para no estallar. La agarró, separándola del árbol.

–Pisa con cuidado. Date la vuelta.

–Me gusta estar aquí. No quiero irme –repuso ella, aferrándose de nuevo al tronco.

–Soy tu médico. Estás helada y tiemblas. Ven aquí.

–¿O qué?

–O no hay trato.

–Eso es chantaje.

–Lo tomas o lo dejas.

Paula estaba cansada y helada, pero iba contra sus principios dejarse mandar de esa manera.

–Quizá, lo del trato haya sido una estupidez.

–¿Por qué? –preguntó él, malhumorado.

–Porque no debería sacarte de tu montaña. Es parte de tí.

–Deja que yo me ocupe de mi vida. Tienes tus propios problemas –replicó él y le frotó los brazos para calentárselos–. Dame la mano.

Sin pensar, ella le dió la mano y se dejó llevar. Cuando estuvieron a salvo del precipicio, Pedro se dirigió a la casa, casi arrastrándola con él.

–¿Por qué tanta prisa? –protestó ella, deteniéndose–. Me gusta estar aquí fuera… contigo.

Pedro se detuvo con tanta brusquedad que Paula se chocó con él. De forma instintiva, la rodeó de la cintura. Ella se sumergió en su calor. Hacía un frío terrible en la montaña.

–No juegues conmigo –le advirtió él, poniéndose tenso–. No soy uno de tus amiguitos de Hollywood.

–¿Qué quieres decir?

–Puedes que estés acostumbrada a acostarte con todos los tipos que conoces, pero ese no es mi estilo.

Paula se apartó con un respingo.

–Eres un cerdo. ¿Qué te hace pensar que quiero acostarme contigo?

–Hay algo entre nosotros. No son imaginaciones mías –afirmó él en voz baja–. Eres sexy y me estás lanzando una invitación que casi ningún hombre podría rechazar. Pero voy a ayudarte, pues no quiero complicaciones, Paula. No necesitas que todos los hombres del universo se rindan a tus pies.

–Lo que dices es horrible –le espetó ella y lo empujó, haciéndole dar un traspié. Avergonzada y furiosa, se quedó callada. Sin embargo, de pronto, le aterrorizó pensar que él hubiera cambiado de idea–. Lo siento –gritó–. Sacas lo peor de mí. Por favor, no te enfades. Tengo muy mal humor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario