lunes, 10 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 2

–Mi aspecto debe de ser peor de lo que pensaba –señaló ella, sorprendida.

–Es usted preciosa –observó él, tratando de sonar distante–. Pero es obvio que está enferma. Un médico como yo se da cuenta de esas cosas.

Ella lo miró a los ojos con la cabeza bien alta.

–Me encantan los batidos, las patatas fritas y la pizza. Mi metabolismo funciona a la perfección. Y no me gusta vomitar. No tengo ningún desorden alimentario –afirmó ella y esbozó una sonrisa casi imperceptible–. Muéstreme un plato de comida basura y se lo demostraré.

Pedro se sintió aliviado. La anorexia y la bulimia eran muy peligrosas. Además, no estaban dentro de sus especialidades. Entonces, le asaltó otra idea. ¿Sería adicta a las drogas? Su reputación de amante de las fiestas era bien conocida por todos, incluso por un hombre que vivía recluido en su fortaleza. Pero no era tonto. Sabía que a la prensa le encantaba exagerar, para lo bueno y para lo malo. Así que le daría el beneficio de la duda.

–Por cierto, ¿Quiere algo de comer? Puedo prepararle un bocado rápido aquí o llamar a la casa principal para que nos envíen algo.

–Estoy bien –aseguró ella y posó la atención en las fotos que había en la consulta. Tomó un retrato enmarcado de la mesa–. ¿Quiénes son estos?

–Mis hermanos y yo, cuando éramos adolescentes –contestó él. Esa foto era una de sus favoritas–. Nuestro padre nos llevó a hacer rafting al río Colorado. Que yo recuerde, fueron nuestras únicas vacaciones juntos. Nuestra madre y nuestra tía fueron secuestradas y asesinadas cuando éramos niños. Mi padre siempre ha temido que sus hijos fuéramos los siguientes.

–Lo siento mucho –susurró ella con tono sincero–. He oído algunas cosas sobre el sufrimiento de su familia. Pero, al conocerte, me impresiona más todavía.

–Eso fue hace mucho tiempo –indicó él, encogiéndose de hombros–. Casi todo el mundo conoce nuestra historia. ¿Qué edad tiene?

–Veintidós.

Cielos. Ni siquiera había nacido cuando los Alfonso habían padecido su gran tragedia.

–Le envié esa información por correo electrónico –le recordó ella, afilando la mirada–. En un informe muy completo de siete páginas.

–No esperaba verla tan pronto –confesó él. Había recibido el mensaje la noche anterior–. Y no he tenido tiempo de leerlo –añadió–. Tenemos más en común de lo que cree, señorita Chaves. Mi familia ha sido perseguida por los paparazzi durante años, desde que mi madre y mi tía fueron asesinadas. Los asesinos no fueron capturados, por eso, de vez en cuando, la historia vuelve a saltar al ruedo.

–Lo siento –repitió ella–. También sé que debería haber esperado a que me llamara para darme cita, pero no tengo mucho tiempo.

–¿Tiene ya un diagnóstico? –inquirió él, presa de un miedo irracional.

Paula asintió, incapaz de dejar de dar vueltas por la habitación. Pedro la escrutó, buscando señales de una enfermedad terminal. Aunque estaba muy delgada, tenía buen color y no parecía que el cáncer hubiera dejado huellas en su cuerpo. Al pensarlo, el médico se encogió de terror y trató de mantener a raya sus recuerdos del pasado.

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