viernes, 21 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 30

–Siéntate antes de que te rompas una pierna –ofreció él, tendiéndole la mano–. Muestras tu talento en la pantalla. ¿Qué le importa a la gente lo que te pongas cuando no estás trabajando?

–Represento un papel detrás de las cámaras, igual que durante el rodaje –explicó ella y se arrodilló a su lado–. No es lo mismo, claro. Represento a mi propio personaje, pero tengo que cuidar mi ropa, llevar el pelo perfecto, accesorios de diseño… Cuando doy una buena imagen, todo el mundo gana. Mis películas tienen más éxito, las revistas del corazón publican fotos mías y mis fans creen que mi vida es perfecta.

–Parece mucho trabajo para nada –opinó él–. Pero tienes mejor aspecto. Creo que has ganado unos cuantos gramos. ¿Te estás tomando la medicina?

Ella asintió y se tumbó en la toalla, suspirando de satisfacción.

–He seguido las instrucciones del médico –murmuró Ariel y, cerrando los ojos, trató de ignorar el poderoso cuerpo masculino que estaba sentado a su lado.

El hotel había acordonado un pedazo de playa con una señal que rezaba: «Solo actores». Pedro había mirado la señal, pero no había comentado nada. ¿Pensaría que ella era una diva malcriada?, se preguntó Paula. Ella intentaba hacer todo lo que podía para no caer en ese estereotipo. Sin embargo, necesitaba esa privacidad en la playa para poder disfrutar sin verse acosada por mirones y turistas. Por suerte, el hotel era pequeño y estaba copado por los miembros del rodaje. Pero eso no impedía que alguien pudiera invadir la playa sin permiso. Ella había aprendido a ser muy celosa con su seguridad personal y su espacio privado.

Cuando oyó un suave ronquido a su lado, Paula abrió un ojo. Aprovechó para contemplar aquel cuerpo tan masculino y atractivo. Solo llevaba un bañador negro y estaba imponente. Tenía en el pecho vello negro. Su piel era más morena que la de ella. Y músculos perfectos contorneaban sus brazos y su torso. Tuvo que contenerse para no tocarlo. Para colmo, la fina tela de su bañador dejaba adivinar la forma de su miembro. Le llamaba la atención que un médico tan inteligente y culto pudiera desear a una mujer como ella. Pero los varones eran capaces de pasar por alto muchos defectos cuando querían sexo, pensó. Por otra parte, aparte de la atracción innegable que bullía entre ellos, Pedro no era un muchacho inexperto que fuera a doblegarse a su voluntad. Ella admiraba su confianza y su integridad y, al mismo tiempo, se sentía un poco acomplejada a su lado. Era increíble, también, que él hubiera aceptado su propuesta. Aunque sabía que se sentía atraído por ella, eso no era razón para que él cooperara, ya que le había dejado muy claro que no iban a tener relaciones sexuales. El único motivo que podía haber era su instinto de curar y proteger, adivinó. Ella esperaba no tener una recaída. No quería que él la viera indefensa. Lo que quería era merecerse su admiración, su respeto. Era un deseo muy sencillo y, tal vez, ingenuo. ¿Por qué iba a considerarla Pedro Alfonso especial? Su aspecto no era mérito suyo. Y su talento delante de las cámaras no podía compararse a la profesión de Pedro. Sin embargo, en el fondo de su corazón, quería que él estuviera orgulloso de ella. Pero no tenía muchas probabilidades de conseguirlo. Cuando Pedro viera la primera escena erótica de la película, igual, se sentiría excitado. Era posible que se sintiera ofendido. En cualquier caso, no iba a estar orgulloso. Los hombres eran muy territoriales. Y estaba segura que él había decidido que ella estaba bajo su protección.

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