viernes, 28 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 36

–Depende de la situación. Me gusta mezclarme con la gente. Aunque, a veces, me canso y prefiero estar sola.

–Tiene sentido.

Paula bostezó.

–Prepárate para acostarte, Paula. Yo iré al baño cuando ya estés en la cama.

–Gracias por venir –dijo ella, tras mirarlo un momento–. Quiero que sepas que entiendo las reglas que has puesto.

–¿Y piensas cumplirlas?

–Sí.

–¡Vamos, a la cama! –ordenó él con una sonrisa.

Ella entró en el dormitorio con reticencia y cerró la puerta. Buscó el camisón menos sexy que tenía y se dirigió al baño.

Pedro estaba en un lío. Si se imaginaba acostado con Paula, le subía la temperatura. Lo único que le permitía contenerse era pensar que el día siguiente iba a ser muy importante para ella. Necesitaba dejarla dormir. Cuando ella lo avisó, Pedro entró en el dormitorio y respiró hondo.

–No tardaré –prometió él–. Puedes apagar la… –comenzó a decir y se quedó petrificado.

Paula estaba junto a la cama, inclinándose para poner el despertador. Llevaba una camiseta vieja muy grande, con el cuello dado de sí, que dejaba al descubierto uno de sus hombros.

–Esto no funciona. Utilizaré el teléfono.

Él se giró, consciente de que aquella imagen iba a quedar grabada en su mente para siempre. ¿Llevaría ella ropa interior? Maldición. Agarró lo que necesitaba de la maleta y se encerró en el baño, lejos de la tentación. Después de darse una ducha helada, seguía igual de excitado. Armándose de fuerza de voluntad, salió del baño. Paula estaba profundamente dormida, tapada hasta la barbilla. Pedro dió la vuelta y apagó la luz de la mesilla. Era una mujer fascinante, tan pronto vulnerable y tímida como seductora y traviesa. Si estuviera buscando pareja, Paula sería su primera opción. Pero le gustaba la tranquilidad de su clínica y la rutina de su trabajo. Y ella no era más que una estrella que iluminaba su firmamento durante un momento mágico, pero fugaz. Apartándole el pelo de la cara con una suave caricia, se recordó todas las razones por las que no podía tenerla. Paula se despertó antes de que sonara el despertador. Lo apagó y salió de la cama. Estaba acostumbrada a arreglarse en un santiamén y no tardó nada en estar lista. Se lavó los dientes y la cara y se puso unas mallas y un ligero suéter.

–¿Qué hora es? –preguntó él cuando Paula salió del baño.

–Todavía es de noche. Sigue durmiendo.

Pedro se pasó la mano por el pelo y se sentó.

–¿Quieres café? –ofreció él.

–Karen me lo dará en el coche. No está lejos de aquí. El rodaje será en la cala de al lado. ¿Seguro que quieres venir?

Pedro se puso en pie. Tenía el pecho desnudo. Los pantalones de algodón del pijama dejaban al descubierto sus firmes caderas.

–Dame cinco minutos –dijo él, somnoliento.

Cuando se metió en el baño, Paula se llevó la mano al corazón, sorprendida porque no se le hubiera salido del pecho. Recién levantado y con el pecho desnudo, Jacob parecía más un pirata que un médico. Pocos minutos después, él se presentó en la puerta, al mismo tiempo que llegaba Karen para recogerlos con el coche.

–Buenos días, Karen. Gracias por ser tan puntual –saludó Paula.

Karen no respondió y, por su lenguaje corporal, parecía tensa. Paula y Pedro se sentaron en los asientos traseros. Un termo los esperaba en una caja de cartón. Él sirvió dos tazas y le tendió una a su acompañante.

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