lunes, 10 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 3

–¿Sufre alguna adicción?

Ella se quedó petrificada. Se acercó a él despacio y se dejó caer en la silla.

–Cielos, va usted directo al grano, ¿Verdad?

Separados solo por unos centímetros, él podía percibir el color lavanda de sus ojos. Su belleza era clásica, intemporal. Por desgracia, la mayoría de los directores de cine no sabían aprovechar esa imagen y la convertían en un ídolo sexual para sus éxitos de taquilla.

–No puedo ayudarla si no me dice la verdad.

Sin responder, Paula se levantó y comenzó a dar vueltas por la habitación de nuevo.

–¿Por qué se hizo médico?

Pedro tragó saliva, conteniéndose para no obligarla a sentarse y poder, así, inspirar su aroma.

–Cuando mataron a mi madre, lloré y le pregunté a mi padre por qué los médicos no hacían nada. Yo era pequeño y no entendía que había muerto al instante a causa de un disparo. Mi padre me dijo que nadie podía haberla salvado.

–¿Y usted no lo creyó? –adivinó ella con mirada compasiva.

–Era un niño –repuso él, encogiéndose de hombros–. En ese momento, decidí que sería médico para que otras familias no tuvieran que pasar por lo que nosotros pasamos.

–Qué bonito.

–Pero equivocado.

–No puede negar que es un buen médico.

–Los médicos no somos dioses, a pesar de lo que algunos de mis colegas crean.

–Si tanto duda de su profesión, ¿Por qué sigue ejerciendo?

–Sé bien lo que es no tener vida privada y que el mundo entero especule sobre tus seres queridos. Por eso, cuando puedo, ayudo a la gente que no tiene donde ir para recibir atención médica sin que los medios lo sepan. Cuando no estoy en consulta, mi pasión es investigar sobre la leucemia. Tengo tiempo y dinero para ello.

–¿Por qué la leucemia?

–Cuando tenía siete años, mi mejor amigo era el hijo del hombre que se ocupaba de los establos. Se llamaba Diego. Le diagnosticaron leucemia y, a pesar de mi tío y mi padre lo llevaron a los mejores médicos y pagaron su tratamiento, murió con ocho años.

–Es muy admirable.

–Amo mi trabajo –reconoció él.

–¿Y qué pasa con las personas que son pobres y desconocidas?

–La familia Alfonso hace grandes donaciones a la organización Médicos sin Fronteras. Mi hermano Federico y yo hemos construido varias clínicas aquí y en el extranjero. No le damos la espalda a los más necesitados. No tiene por qué sentirse culpable por recibir atención médica privilegiada en mi consulta.

–Demasiado tarde –replicó ella con una sonrisa–. Soy una mujerzuela malcriada y promiscua, ¿No lo sabía? –apuntó con amargura.

–¿Le molesta el constante escrutinio de la prensa?

–Sí. Aunque debería estar acostumbrada, después de tantos años –señaló ella, nerviosa. Se secó las lágrimas que le saltaban con el dorso de la mano.

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