lunes, 10 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 5

–No. Como mi novio.

Paula se encogió un poco. Había sido demasiado brusca. Pero había algo en Pedro Alfonso que la desequilibraba. Por una parte, no se parecía en nada al médico que ella había imaginado. Había esperado encontrarse con un cuarentón de bata blanca y gafas, alguien en cuyo hombro pudiera buscar consuelo. Pedro eran joven, muy atractivo y la ponía muy nerviosa. Sus ojos grises parecían ver a través de ella. Tenía el pelo moreno y bien cortado. Y llevaba un traje de chaqueta hecho a medida que resaltaba sus anchos hombros, su vientre plano y sus fuertes muslos. Se pasaba la vida rodeada de hombres guapos con abdominales de gimnasio. Pero Pedro superaba a la mayoría de los varones que ella conocía. Su calma, su seguridad y su intensidad lo hacían irresistible. En ese momento, sin embargo, él no parecía muy contento con la situación. Había fruncido el ceño y su cuerpo estaba tenso, como si estuviera deseando que aquella entrevista terminara cuanto antes.

–Disculpa, pero no te entiendo. ¿Tu novio? –preguntó él, tras aclararse la garganta.

–Ya lo sé, el término «novio» es un poco infantil –admitió ella, sonrojándose–. Y tú eres un hombre maduro.

–¿Quieres decir viejo? –replicó él, picado–. Mira, Paula, sé muy bien que yo he entrado en la treintena, mientras tú todavía eres una niña.

–No me hables como si fueras mi padre –se defendió ella–. No soy una ingenua. En Hollywood, se comen a los niños para desayunar. He crecido rápido.


–Pareces tener unos dieciséis años.

–Bueno, pues no los tengo. Nadie pondría en duda que somos pareja. Mi madre dice que mi alma es muy vieja.

–Estás alejándote del tema. ¿Por qué necesitas un novio? ¿No estás saliendo con ese rapero famoso?

–Fue solo una foto. Me sorprende que las hayas visto –comentó ella con curiosidad.

–Puede que viva como un ermitaño pero, incluso los vejestorios como yo, sabemos lo que es internet. Sales en las noticias todos los días. ¿No lo sabías?

–No veo las noticias –apuntó ella con una seductora sonrisa.

–Me sorprende –repuso él y se recostó de nuevo en su asiento, entrelazando las manos–. Por suerte para tí, no cobro por horas. No se te da muy bien el papel de paciente.

–Y tú haces fatal de novio.

Él se encogió de hombros.

–¿Ya te has cansado de mí? –preguntó él y fingió un largo suspiro–. Es la historia de mi vida.

–No me lo puedo creer. No me imagino a ninguna mujer rechazándote.

Pedro puso gesto inexpresivo y se miró el reloj.

–Sé sincera conmigo o vete, Paula.

Ella se sonrojó otra vez ante su brusquedad.

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