lunes, 17 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 19

–¿Y qué? Tranquilo, doctor. ¿Cómo te gusta el beicon?

–Muy tostado –respondió él y lanzó un suspiro de resignación.

Charlaron mientras Paula preparaba la comida. Aunque parecía una conversación superficial, algo en la voz ronca de ella hacía que hasta el comentario más banal sonara como una invitación a la cama.

–¿Tienes relaciones con casi todos tus compañeros de reparto? –preguntó él con brusquedad.

Ella se quedó paralizada con la espumadera a medio camino de la sartén.

–¿Cuál es tu definición de relación?

–Ya sabes a lo que me refiero.

Paula sacó la segunda tortita, la puso en un plato y le lanzó una mirada heladora.

–¿Es que vamos a hablar de nuestras vidas sexuales? He oído que los médicos tienen mucho éxito con las mujeres. Debes de tener muchas aventuras a tus espaldas –comentó ella–. ¿Zumo de naranja?

La yuxtaposición de su pregunta prosaica con el delicado tema de conversación dejó a Pedro en silencio. La siguió a la mesa. Se dió cuenta de que Paula no pensaba responderle y, aunque debería avergonzarse de haberle hecho una pregunta tan entrometida, quería conocer la respuesta. Se dijo a sí mismo que esa información podía ser importante para su informe médico, pero lo cierto era que estaba muy celoso. Y furioso, para ser honestos. Paula había saltado en numerosas ocasiones a la primera página de las revistas de cotilleos por sus excesos e imprudencias. Ella le había dicho que no bebía y Pedro no había encontrado evidencias de uso de drogas. Pero había estado con muchos hombres. Uno de ellos, incluso, había sido lo bastante mayor como para ser su padre. ¿Acaso su madre no había podido protegerla de todos lo predadores que, sin duda, la rodeaban? De acuerdo, predador era una palabra un poco exagerada. Sin embargo, a Pedro le dolía el estómago solo de pensar en todos los modos en que podían haberse aprovechado de ella. Pero lo peor de todo era que él mismo ansiaba tenerla en la misma posición. Lo único que podía salvarle era resistirse a la tentación y centrarse en cuidarla. La observó mientras comía. Paula Chaves era una verdadera obra maestra de belleza. Sus ojos hubieran bastado para convertirla en una de las mujeres más hermosas. Pero también estaba su luminosa piel, su perfecta estructura ósea y cuerpo esbelto… era un compendio de belleza y elegancia femenina.

–Deja de mirarme así.

–Difícil. Eres una mujer impresionante. Estaba muy rico –la felicitó él, tras terminarse su plato–. Gracias, Paula.

–El mérito es de mi madre –repuso ella, radiante–. Me enseñó a cocinar cuando tenía diez años.

Paula se levantó para recoger la mesa. Pedro la contempló con empatía. Suspirando, la siguió al fregadero.

–Déjalo –dijo él con firmeza mientras ella empezaba a lavar los platos.

–Me han enseñado a limpiar lo que mancho.

–No insistas, Paula –ordenó él y le quitó la bayeta de la mano–. Otra persona lo hará. Tienes cara de cansada. Ponte el pijama. Lee un libro. Llama a tu madre. Hoy ya no tienes que hacer nada más.

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