miércoles, 12 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 7

Perpleja por su perspicacia, Paula se mordió el labio.

–Te estás saliendo del tema –apuntó ella, ignorando su pregunta.

–Tienes razón. Continúa.

–Mi madre adora viajar. Por eso, cuando tuve éxito, empezamos a hacer viajes juntas. Hemos estado en París, en Roma, en Johannesburgo y… bueno, en muchos sitios.

–¿Qué tal fue el viaje al Amazonas? ¿Tu madre tuvo fuerzas para hacerlo?

–Mi madre era una roca. Fui yo quien enfermó.

–¿Qué pasó?

–Cuando llevábamos allí cinco semanas y estábamos a punto de volver, contraje malaria.

–¿No te vacunaste antes de irte?

–Sí, pero parece que contraje una cepa resistente a la medicación. No recuerdo mucho de esos últimos tres o cuatro días. Fue terrible. Mi madre estaba muy asustada. Habíamos contratado a un guía y nos ayudó mucho. Pero estábamos en medio de la selva y yo estaba demasiado enferma como para movernos. Makimba encontró un curandero de una tribu que me curó.

–¡Cielo santo! –exclamó Jacob, impresionado–. Podías haber muerto.

–Lo sé. Sin embargo, las hierbas del curandero funcionaron. Quedé muy debilitada, pero me curé.

–¿Qué pasó después?

–Volvimos a casa –respondió ella, encogiéndose de hombros–. Me habían contratado para poner la voz de un personaje en una película de animación. Por suerte, era un trabajo de estudio en Los Ángeles, así que podía dormir en mi casa todas las noches. Y el horario no era tan duro como si hubiera estado filmando una película.

–Tienes que hacerte análisis de sangre –indicó él con tono de urgencia–. Para identificar el parásito exacto y para determinar la medicación adecuada. ¿Lo has hecho ya?

–No –negó ella.

–¿Por qué no? Cielos, Paula, esto no es un juego.

–Por eso estoy aquí –replicó ella con toda la dignidad que pudo–. Tuve otro episodio de fiebre hace tres semanas. No fue tan malo como el primero, pero lo pasé bastante mal. No puedo ir a un médico cualquiera y arriesgarme a que la información salga a la luz.

–¿Por qué? Estás enferma. ¿Qué tiene de malo? –inquirió él, sin comprender.

–En diez días, voy a empezar un rodaje que puede cambiar mi carrera para siempre. Es el tipo de guion que puede darme un Oscar. Me han elegido entre seis actrices de primera línea. Si corre el rumor de que puedo quedar incapacitada en medio del rodaje, me quitarán el papel.

–¿Y tu carrera es más importante que tu salud? –le espetó él con una mezcla de sarcasmo y criticismo.

–Cuidado con lo que dices –le reprendió ella, acalorada y furiosa porque juzgara de esa manera sus motivos–. No sabes nada de mi vida ni de mis circunstancias. Menos mal que no ves pacientes a menudo, doctor, porque eres un arrogante.

Los dos se quedaron en silencio durante medio minutos, sus rostros casi tocándose. El enfado de ambos podía palparse en el ambiente. Pedro fue el primero en ceder.

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