miércoles, 12 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 10

–No –negó él con decisión. Cuando estaba en juego la salud del paciente, lo tenía claro.

–Ya me han dado un diagnóstico –repuso ella, pálida, retorciéndose las manos.

–No importa. Tengo que hacerte mi propio reconocimiento. ¿Qué temes que encuentre?

Ella se puso tensa y levantó la barbilla.

–No tengo miedo de nada. Lo que pasa es que no me gustan los médicos.

–No me digas eso –replicó él, divertido por su reacción tan infantil–. No te haré daño, te lo aseguro.

–¿Y la aguja?

–¿Ese es el problema? ¿No te gusta que te saquen sangre? Tendré que hacerte un análisis, pero te prometo que tengo mucho cuidado cuando pincho a alguien.

–Me desmayé una vez cuando doné sangre para la Cruz Roja – confesó ella, nerviosa–. Me da vergüenza.

–Yo cuidaré de tí –afirmó él y se sorprendió a sí mismo por la profundidad de sus palabras–. En serio, Paula. No tienes de qué preocuparte.

–¿Tendré que quitarme la ropa?

A Pedro le subió la temperatura al instante. Paula desnuda bajo su techo. Por primera vez en su vida, tuvo ganas de poder llevarse a una paciente a la cama en vez de a la camilla. O, mejor aún, podía tomarla de pie, en el pasillo, pues no tenía paciencia para llegar al dormitorio. La frente se le empapó de sudor. Las manos le temblaron.

–No –respondió él con un gallo en la voz–. No será necesario.

–Entonces, terminemos de una vez –murmuró ella y se puso de pie de un salto. Tomó su bolso.

–Déjalo –indicó él–. Volveremos enseguida y no hay nadie por aquí que pueda llevárselo.

Cuando salieron al pasillo que conectaba la clínica con el resto de la casa, Pedro miró por la ventana que daba a la entrada.

–¿Hay alguien esperándote? ¿Un chofer, tal vez?

–He conducido yo, un coche alquilado. Me puse peluca y gafas de sol y nadie me ha reconocido. He tenido suerte –comentó ella–. La verdad es que entiendo por qué tu familia y tú se han aislado aquí, para refugiarse de la atención indeseada de la gente.

–Al principio, mi padre y mi tío nos trajeron aquí por esa razón – admitió él, conduciéndola a la sala de exámenes–. Pero, al crecer, elegimos quedarnos por diferentes motivos. Mi hermano Lucas  adora vivir en una tierra salvaje. Federico  ha descubierto que, a pesar de sus viajes por el mundo, donde más a gusto está es en su hogar.

–¿Y tú?

–Me gusta estar cerca para poder cuidar a mi padre y a mi tío. Los dos se están haciendo mayores… Además, el sitio es perfecto para mis pacientes, que vienen buscando privacidad.

–¿Quién más vive aquí?

Pedro supuso que ella trataba de distraerse del examen médico que tan nerviosa la ponía.

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