lunes, 17 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 17

Pedro quería poder confiar en ella, pero sabía muy bien que aquella chica estaba jugando con él. Estaba tan acostumbrada a conseguir lo que quería que su petición sonó con una mezcla de inocencia y de inquebrantable autoconfianza. Besarla había sido una prueba para él. Había querido saber a qué se enfrentaba antes de aceptar. Teniendo en cuenta la forma en que su cuerpo había reaccionado a ella, su respuesta debería haber sido un no rotundo. Pero, sabiendo el peligro en que Paula se encontraba, no podía darle la espalda. Trató de poner en orden sus pensamientos. Era obvio que ella se había percatado de que lo atraía. Su erección lo había delatado durante el beso. Lo más probable era que se estuviera riendo de él, pensó. No debía de ser el primer hombre que se rendía a los encantos de Paula Chaves. Ni sería el último.

–Claro –afirmó él con concisión–. Tengo sitio de sobra. Pero te irás mañana, ¿Verdad?

Ella asintió.

–Tengo que hacer muchas cosas en casa y prepararme para el viaje. Supongo que tú, también.

–Así es. Para empezar, tengo que pensar cómo voy a explicar a mi familia mi repentino viaje al Caribe.

–¿Por qué? ¿No puedes decir que son vacaciones sin más?

–Yo no me voy de vacaciones nunca.

–Ya se te ocurrirá algo, entonces –apuntó ella y miró nerviosa a su alrededor. Una muñeca Barbie tirada detrás de una silla llamó su atención. La recogió–. ¿Esto lo usas en tus investigaciones?

–Tengo una sobrina pequeña –explicó él–. Sofía debió dejársela aquí la última vez que estuvo en mi casa.

–¿Cuántos años tiene?

–Cinco. Acaba de empezar la escuela infantil. Estamos locos con ella –señaló él y se fijó en la expresión de nostalgia de Paula–. ¿Tú quieres tener hijos algún día?

–Es duro criar hijos en Hollywood –comentó ella, dejando la muñeca sobre la mesa.

–Alguna gente lo hace.

–No creo que yo pudiera. Tengo demasiados malos hábitos, demasiados defectos. ¿Qué clase de ejemplo sería yo?

Pedro la observó con atención, tratando de leer entre líneas.

–La idea de la madre perfecta es un mito.

–Eso lo dices porque no conoces a mi madre.

–Quizá, algún día.

–Lo dudo –repuso ella y volvió a meterse en su papel de estrella de cine–. Tengo hambre. ¿Sabes cocinar?

–Solo un poco. Podemos ir a la casa principal y cenar con mi familia. Puedo inventarme alguna excusa que explique tu presencia aquí.

–Mejor, no –señaló ella, sin ocultar su incomodidad–. Seguro que son encantadores, pero me harán preguntas sobre el cine y estoy…

–¿Estás…?

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