viernes, 14 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 11

–Tengo dos nuevas cuñadas. Y tres primos que van y vienen.

–Necesitas un decorador –señaló ella, sentándose en la camilla.

–¿Cómo dices? –preguntó él, mientras sacaba el instrumental de un cajón.

–Los colores –repuso ella arrugando la nariz–. Parece una morgue. Blanco, negro y acero inoxidable. Y, por lo poco que he visto, tu casa es igual. ¿Por qué?

Pedro no lo había pensado nunca mucho, pero lo que Paula decía tenía su lógica. Su vestido color rosa era el único toque de color que había en la habitación.

–El trabajo médico requiere limpieza absoluta –explicó él, poniéndose el estetoscopio–. Supongo que es un hábito.

–Limpio no quiere decir aburrido –observó ella, mirando al techo–. Eres rico. Cómprate algunos cojines de colores, te lo recomiendo.

Pedro posó una mano sobre su hombro y, con la otra, le colocó el estetoscopio en la parte superior del pecho.

–No aspiro a salir en las revistas de decoración. Respira con normalidad.

Paula se quedó petrificada. Él apartó el estetoscopio.

–No contengas el aliento –ordenó Pedro. No había ninguna señal de patologías en el latido de su corazón–. Inspira y espira.

Ella cooperó. Su piel era cálida, aun a través del vestido, y Pedro deseó tumbarla allí mismo y recorrerle la espalda con la lengua. No estaba acostumbrado a tener tales fantasías. Pero, con Paula, su cuerpo se rebelaba contra su ética profesional. Nunca en su vida había sentido una tentación tan fuerte.

–Los pulmones y el corazón suenan bien –comentó él, dando un paso atrás, notando todavía el cálido contacto de su piel–. Lo más importante es el análisis de sangre.

Paula  se encogió. Él le sujetó el brazo.

–Será rápido. No mires. Gira la cabeza.

–Ahora es cuando vendría bien en esta pared un Monet o cualquier cuadro con gusto, para centrar la atención en él.

–Cierra los ojos, si quieres –repuso él, riendo.

–Eso sería peor.

Pedro preparó la aguja.

–Háblame del viaje al Amazonas y fija la vista en ese armario de ahí.

–De acuerdo –dijo ella.

Estaba tan nerviosa que comenzó a temblar.

–Relájate, Paula –aconsejó él, acariciándole el brazo–. Solo sentirás un pinchazo. Aprieta el puño –pidió y le insertó la aguja con un diestro movimiento.

Paula soltó un gemido sofocado y se quedó laxa. Fue tan rápido que Pedro apenas tuvo tiempo de reaccionar. La tomó en sus brazos antes de que cayera, pero tuvo que soltar la aguja y la sangre comenzó a brotarle del brazo, manchando el vestido de ella y la ropa de él.

–Maldición –rugió él y la colocó de nuevo en la camilla.

Lo mejor era tomar otra aguja y conseguir la muestra de sangre antes de que ella recuperara la conciencia. Cuando lo hubo hecho, tomó una pequeña toalla, la humedeció y le frotó en la cara y en el cuello.

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