viernes, 21 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 26

Cuando el coche entró en el aparcamiento de un centro turístico de lujo, Pedro miró a su alrededor con interés. El lugar tenía un cierto encanto decadente. Solo tenía dos pisos y rodeaba una piscina con forma de perla y frondosos jardines.

–No va a quedarse en el hotel principal, señorita Chaves –informó Karen, tras parar el motor–. El señor Brikman ha reservado una villa delante del mar para usted –señaló y se interrumpió, sonrojándose–. Y para usted también, por supuesto, señor Alfonso.

Paula rodeó a Pedro con sus brazos y le plantó un beso en la boca.

–Pedro y yo estamos impacientes por conocer esa villa, ¿Verdad, cariño?

Rígido por la sorpresa y por su creciente excitación, Pedro respiró hondo. Al instante, ella lo soltó para salir del coche y él se dió de bruces con la realidad. «Solo está actuando. Entérate», se dijo a sí mismo. Sintiéndose como un tonto, salió también. Fuera, le recibió el aroma a sol y a coco. Cuando iba a tomar las maletas, Karen le dió una suave palmadita en la mano.

–No, no, no. Déjelas. Haré que alguien les conduzca a su alojamiento y les lleven las maletas enseguida.

De camino a la villa, tres o cuatro empleados del hotel se acercaron a Paula, que los respondió con encanto y humor, firmando autógrafos y charlando con ellos. Pedro estaba cada vez más confundido. ¿Quién era la verdadera Paula Chaves? ¿Esa exótica criatura que se tomaba la adulación como lo más normal del mundo? ¿La mujer sexy y cercana que hacía que su cuerpo bullera de deseo? ¿O la pequeña perdida que había renunciado a su infancia para realizar su sueño? Karen los condujo a una casita decorada en tonos azul océano y blanco. Tenía una cama de matrimonio. Y, en frente, un enorme cuarto de baño con jacuzzi.

–Tienen una cocina equipada por aquí –indicó Karen–. Internet funciona bastante bien, si no llueve. Hay servicio de limpieza diario, por supuesto, pero si necesitan algo mientras, el jefe me ha pedido que les dé su tarjeta. Además, tiene su equipo personal de peluquería, maquillaje y vestuario –informó y levantó la vista de sus papeles–. ¿Me he olvidado algo?

Paula se quitó el sombrero y lo lanzó a una silla.

–Creo que está todo, Karen. Tómate tiempo libre y disfruta en la piscina. El señor Alfonso y yo vamos a… descansar.

Karen pareció escandalizada, aunque Pedro no supo adivinar si era por la primera parte de la frase de Paula o por la segunda.

–Oh, no, señorita. Tengo mucho que hacer. No les molestaré, pero llámenme si les hace falta algo.

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