viernes, 28 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 38

A Pedro se le quedó la boca seca. Paula no lo miró. Brikman y ella estaban inmersos en el trabajo. El director la condujo a un punto en la playa, donde posó con el viento soplándole en la falda y destapándole una pierna de vez en cuando. Javier England no era un niño. Era muy alto, de anchas espaldas y rubio, como Paula. Si estaba nervioso, no se le notaba. Seguía las instrucciones con diligencia, sin rechistar. El alba comenzaba a despuntar cuando Brikman ordenó que las cámaras empezaran a rodar. Paula estaba delante del oficial de la marina, con gesto orgulloso.

–No me dejaré chantajear –dijo ella, metida en su papel–. Te lo he dicho. Mi cuerpo no está en venta.

Su interlocutor irradiaba autoridad y fuerza, además de deseo. La agarró por los hombros.

–Puedo cerrar tu negocio, Violeta. Hacer que todas esas chicas bonitas vuelvan a ocuparse de lavar ropa y cocinar. ¿Es eso lo que quieres?

Violeta luchó por soltarse. El oficial, Leonardo, la agarró con más fuerza.

–Has estado paseándote por delante de la flota con tus ropas elegantes y tu risa provocativa. ¿Qué esperabas que pasara? Tengo tres barcos llenos de marineros que hace meses que no ven a sus familias. La mayoría de ellos no puede permitirse lo que ofreces en tu burdel. Pero yo, sí, Violeta. Aceptarás mis condiciones y sufrirás las consecuencias.

Entonces, Leonardo la tomó entre sus brazos y la besó con ademán salvaje y dominante. Violeta le dió un puñetazo en los hombros.

–Soy una dama –gritó ella–. No puedes hacerme esto.

Javier England la soltó despacio y se limpió la boca con el antebrazo. Puso gesto de sentirse conmocionado por el poder del beso.

–Puedo y lo haré –aseguró él en voz baja–. Iré a verte esta noche. Después de que oscurezca. Espérame.

Dicho aquello, se dió media vuelta, comenzó a caminar con largas zancadas y desapareció detrás de un saliente de rocas. Violeta miró al cielo con lágrimas rodándole por las mejillas. Silueteada contra el inmenso océano, parecía pequeña e indefensa.

–¡Corten!

Pedro se sobresaltó, volviendo a la realidad con el grito del director. Había estado tan metido en la historia que había perdido la noción del tiempo. El equipo se preparó para hacer otra toma antes de que hubiera demasiada luz. Javier volvió. Un asistente de vestuario le colocó el vestido a Paula. Y la escena comenzó de nuevo. Ella era increíble. Estaba de pie con el agua hasta los tobillos, pero no se quejó en ningún momento. Aunque acababa de conocer a Javier England, la química entre ellos era muy poderosa. Pedro podía sentir el miedo y la frustración de su personaje. Y empatizaba con el deseo de Leonardo. El oficial de la marina era un hombre de honor, un héroe. Paula le había dejado a Pedro leer parte del guion y la historia era bastante interesante. Un hombre dividido entre lo que sabía que era correcto y su ansia de poseer a la bella Violeta. A Pedro no le pasó desapercibida el irónico parecido consigo mismo. A las once, el rodaje hizo una pausa. Paula caminó hasta él, contoneando las caderas bajo la voluminosa falda del vestido. Estaba tiritando, mojada de las rodillas para abajo.

–¿Qué te ha parecido? –preguntó ella con gesto de ansiedad.

Para hacer más creíble su farsa, Pedro la tomó entre sus brazos y la besó. Se quedó sin aliento. Besar a Paula no era cosas de niños. Era una sirena que lo atraía a aguas profundas.

–Has estado espectacular –afirmó él–. Incluso con la distracción de las cámaras y la gente moviéndose alrededor, me he quedado embelesado. Creo que Brikman tiene razón. Esta película te convertirá en una estrella.

–Ya soy una estrella –replicó ella con una sonrisa.

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