viernes, 14 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 15

–¿Te molesta?

–Bueno, no me gusta pensar que estoy robándote tu tiempo cuando podrías estar salvando vidas.

–Estamos hablando de una investigación que puede llevar meses, tal vez, años, Paula. Volviendo a tu preocupación inicial, no tienes que preocuparte por mí. Soy un hombre adulto. Tomo mis propias decisiones. Y sé cómo entretenerme.

–¿Haces ejercicio?

–Seguir el hilo de la conversación contigo es como intentar perseguir a un conejo en el bosque.

–Lo siento. Mi mente siempre salta de un tema a otro. ¿Me contestas?

–Nado en la piscina de Lucas –informó él, mirándola con desconfianza–. Camino por la montaña cuando estoy de humor. Corto leña para el invierno. ¿He aprobado?

–¿Aprobar?

–El examen. Me da la impresión de que me estás sometiendo a una especie de test.

–No seas ridículo –se defendió ella–. Solo pretendo decidir qué clase de hombre eres.

–¿Hay distintas clases?

–Claro que sí. Te he etiquetado del tipo generoso, tenaz y salvador del mundo.

Él se puso en pie. Era muy alto.

–Ven aquí, Paula.

Paula obedeció, llevada por la curiosidad. Cuando estaban frente a frente, Pedro le colocó el pelo detrás de las orejas. Estremeciéndose, ella levantó la barbilla y lo miró a los ojos.

–¿Qué quieres?

–Me pregunto lo buena actriz que eres. Si quieres que la gente crea que tú y yo somos pareja, tendremos que besarnos, al menos, un par de veces, ¿No?

–¿Quieres decir que estás considerando mi propuesta? – preguntó ella con la boca seca.

–Respóndeme, primero. ¿Tendríamos que besarnos alguna vez?

Paula asintió despacio, sintiéndose fuera de juego.

–Sí –musitó ella–. Sería necesario y apropiado.

–Bueno, pues hagamos una prueba –sugirió él con una sonrisa.

Antes de que Paula pudiera negarse o aceptar, Pedro la cubrió con sus labios. Ella había besado a muchos hombres. Algunos sabían a salami o a tabaco. Otros eran agradables, pero sin nada de especial. Los que tenían algo que probar, solían inclinar el cuello hacia atrás, levantando la barbilla. Y, de cuando en cuando, había alguno que otro que sabía besar de verdad. Sin embargo, el beso de Pedro escapaba a cualquier descripción posible. Sobre todo, porque ella tenía las neuronas a punto de explotar, le temblaban las rodillas y la cabeza le daba vueltas. Él la rodeó con sus brazos, atrayéndola contra su pecho con un movimiento decidido y posesivo, pero sin forzarla. La caricia de sus labios era sensual hasta la médula, aunque apenas la rozó con la lengua. Para ser un primer beso, era perfecto, pensó ella.

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