miércoles, 26 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 31

Pedro suspiró aliviado cuando Paula se levantó y se encaminó a la orilla. Conocía muy bien las técnicas de relajación para estimular el sueño. Sin embargo, había sido consciente del intenso escrutinio al que ella lo había sometido. Había tenido que echar mano de todo su autocontrol para no tener una erección. Con los ojos entrecerrados, la contempló mientras ella caminaba por la orilla. Aunque su bañador era modesto, su cuerpo era todo exuberancia. Pero tenía la gracia de una primera bailarina. Era la feminidad personificada. La deseaba, reconoció para sus adentros. Y, a pesar de que era experto en negarse los placeres de la carne, un hombre tenía sus límites. De todas maneras, si decidía romper su largo celibato con la tentadora Paula, solo podía ser algo físico. Para ella, sería lo normal. Además, sus vidas no tenían nada en común. Él era un científico introvertido, un hombre solitario que disfrutaba estando a solas con sus pensamientos.

Paula era todo risa, ligereza y caos. A él le resultaba tentador abandonarse a su suavidad, a su extrovertido corazón. Podía llegar a convencerse a sí mismo de que no les unía ningún vínculo profesional. No habían hablado de dinero. Podía verlo solo como si estuviera echándole la mano a una amiga. Aunque la explicación no lo convencía del todo, una dificultad aún mayor era la diferencia de edad. En su opinión, la gente se había aprovechado de ella. Los hombres, en especial. Por eso, no quería bajo ningún concepto que ella pensara que quería cobrarse su ayuda en carne. Era una mujer demasiado joven. A pesar de la experiencia que tenía en la vida, ¿Era lo bastante madura como para decidir sobre una relación sexual sin futuro? Preocupado y sin respuestas, Pedro se incorporó sobre un codo y entrecerró los ojos por el reflejo del sol en el océano. Paula estaba de espaldas a él, quieta. Parecía pensativa. O, quizá, solo estaba disfrutando de las vistas. Se acercó a su lado, aunque se cuidó de no tocarla.

–¿Hay que arreglarse para cenar?

–Yo lo voy a hacer –contestó ella, mirándolo tras sus grandes gafas de sol–. Puede que los demás lleven ropa informal, pero yo quiero causar buena impresión.

–¿Habrá baile?

–¿Es que te gustaría? –preguntó ella, atónita.

–Me gusta bailar. ¿Tan raro te parece?

–Hay que ver, doctor, no dejas de sorprenderme.

–Lo mismo digo de tí.

–Me muero de hambre. Vamos a por algo a la cocina.

–Le dijiste a Karen que íbamos a descansar. ¿Qué crees que imagina que estamos haciendo?

–Quién sabe. Es un encanto, pero creo que le asusto un poco. ¿Tanto miedo doy?

–Sí, Paula Chaves–repuso él–. Intimidas mucho. Pero, si la pobre Karen descubre que no muerdes, puede que se relaje.

–Eso espero.

Paula se agachó para recoger su toalla y sacudirla. ¿Lo hacía a propósito?, se preguntó él, sin poder apartar la vista de su trasero, apenas cubierto por el bañador.

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