miércoles, 26 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 35

Los tres salieron del restaurante todavía lleno. Brikman le dió un pellizquito a Paula en la mejilla.

–Mañana será tu gran día, Paula. No quiero arriesgarme a meter la pata, pero yo creo que, después de esta película, tu vida ya no será la misma.

Paula vió cómo el director caminaba hacia su cabaña, mientras Pedro y ella se dirigían a la suya.

–No quiero decepcionarlo –comentó ella, nerviosa–. Sé que ha tenido problemas con unas cuantas personas por contratarme.

No había nadie que pudiera verlos en la soledad de la noche. Así que no tenían por qué darse las manos. Ni por qué besarse.

–Es un hombre listo, Paula. Ve algo en tí que puede que tú misma no veas. Un potencial por explorar –afirmó él–. Por cierto, no he tenido ocasión de conocer a tu pareja de reparto… Javier.

–Su vuelo se ha retrasado. No podrá llegar hasta mañana por la mañana.

–Pobrecillo.

–Sí. Eso sí que es empezar con el pie izquierdo.

Paula deseó que fueran una pareja normal para poder quedarse allí fuera, a charlar bajo la luz de las estrellas. Pero esperó a que Pedro abriera la puerta y entró delante de él.

–Espero que Rafael sepa lo que está haciendo. Nos ha contratado a mí y a un desconocido –observó ella y se quitó los zapatos. Sacó una botella de agua de la nevera.

La cama de matrimonio dominaba la suite, como una invitación callada a que practicaran un poco de gimnasia sexual. Sin embargo, a menos que Pedro cambiara de idea, lo que no parecía probable, no habría nada de acción esa noche, pensó ella.

–No tienes que ir conmigo por la mañana. Rafael quiere hacer una escena al amanecer, así que tendremos que estar listos antes de que salga el sol. Quédate aquí y duerme.

Pedro se quitó los zapatos y los calcetines y se sentó en el sofá con las manos detrás de la cabeza y las piernas sobre la mesa.

–He venido a Antigua para cuidarte. He sobrevivido muchas guardias de madrugada cuando era interno. No te preocupes por mí.

–Si tú lo dices –repuso ella, encogiéndose de hombros.

–No sé si catalogarte como extrovertida o como introvertida – comentó él.

La habitación en la penumbra le estaba dando algunas ideas a Paula… ideas peligrosas. Encendió una de las lámparas de pie y se sentó en una silla delante de Pedro, deseando poder acurrucarse con él en el sofá. Debería ducharse e irse a la cama, se dijo, pues tenía que madrugar mucho al día siguiente. Pero se sentía pegada al sitio.

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