miércoles, 12 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 8

–Lo siento –dijo él al fin, tenso–. Prometí que te escucharía sin juzgarte y sin interrumpirte y no he conseguido hacer ninguna de las dos cosas. Por favor, continúa.

Paula, que había estado dispuesta a presentar batalla, se quedó desarmada. No estaba acostumbrada a conocer hombres que supieran disculparse. Al mismo tiempo, por otra parte, Pedro Alfonso conseguía desprender un aire de superioridad que la dejaba sin argumentos. Aceptando sus disculpas, ella volvió a recostarse en su asiento.

–Me gusta lo que hago. Y te mentiría si te dijera que no me importa lo que arriesgo. He representado muchos papeles de rubia tonta, tantos que, a veces, creo que me estoy convirtiendo en una. Pero, además de las perspectivas profesionales de este nuevo papel, la película me daría mucho dinero. Mi madre no tiene seguro médico. Tengo que pagar todas las facturas de su tratamiento.

–¡Uf!

–Sí. Además, quiero hacerlo por mi madre. A lo largo de los años, ha tenido que leer todas las críticas negativas que la prensa ha escrito sobre mí. Por una vez, quiero que se sienta orgullosa. Cuando le conté que me habían dado este papel, lloró de emoción.

Pedro se quedó callado, su rostro parecía tallado en piedra. Al fin, suspiró.

–No puedo discutirte tus motivos, aunque tengo la sensación de que tu madre ya está orgullosa de tí. Parece que las dos están muy unidas.

–Lo estamos –afirmó ella con un nudo en la garganta, al pensar que, pronto, iba a estar sola en el mundo–. Por eso… tengo que hacer la película. Pero temo otro brote de malaria. Me gustaría contratarte como mi médico personal durante el rodaje.

–¿Como si fueras una diva?

–Céntrate, doctor. Ahí es donde entra en juego que seas mi novio. Nadie puede saber que estoy enferma. Por lo que respecta al director y al equipo, tú y yo estaríamos saliendo. Si tuviera un nuevo brote, tú me cuidarías y te asegurarías de que estuviera fuera de combate el menor tiempo posible. Todos sabrían quién eres, por supuesto. No hay manera de ocultar tu apellido. Y tu profesión no tiene por qué ser un secreto. Pero nadie debe averiguar lo de la malaria.

–¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres muy fantasiosa?

–Todo mi mundo se basa en la fantasía –admitió ella–. Yo hago todo lo que puedo por no perder la noción de la realidad.

–Lo dices como si fuera un plan fácil –comentó él, meneando la cabeza–. Pero los hechos son los hechos, Paula. Yo no tengo talento para actuar.

–Tal vez, no –susurró ella, deseando poder seducirlo allí mismo–. Pero eres muy guapo. Eso y tus dotes de médico son todo lo que necesito.

Si había esperado avergonzarlo, fracasó. Pedro se quedó mirándola, sin dejarse impresionar por sus palabras.

–¿Qué te hace pensar que voy a considerar siquiera una proposición así? Tengo mi trabajo, Paula, mis investigaciones. ¿Por qué iba a dejarlo de lado?

Paula había aprendido a la tierna edad de dieciséis años que podía usar su aspecto y su sensualidad para conseguir lo que quería de la vida, sobre todo, de los hombres. Y, sin duda, podía ser un buen momento para poner en práctica alguna de sus artimañas de seducción. Sin embargo, la integridad que emanaba aquel hombre la impidió hacerlo.

–Por la misma razón que te convertiste en médico –repuso ella, encogiéndose de hombros y tirando su último cartucho–. Te gusta que te necesiten. Y yo te necesito, Pedro Alfonso. Solo a tí. ¿Me ayudarás?

No hay comentarios:

Publicar un comentario