viernes, 14 de diciembre de 2018

Rendición: Capítulo 12

–Despierta, Paula. Despierta. Ya está.

Al fin, ella abrió sus largas pestañas, mirándolo confundida.

–¿Qué ha pasado?

–Te has desmayado.

–Lo siento –musitó ella, esforzándose por incorporarse.

–Tómatelo con calma. No hay prisa.

–Vamos –dijo ella, extendiendo el brazo y cerrando los ojos–. Hazlo. Esta vez, no me desmayaré.

–Ya he terminado –afirmó él, sonriendo.

–¿Qué quiere decir? –preguntó ella y abrió un ojo–. Pensé que tenías que llenar varias probetas.

Pedro deslizó un brazo debajo de ella y la ayudó a sentarse. Inhaló su aroma, a sol y a miel.

–Tomé la muestra mientras estabas desmayada.

Paula lo miró con los ojos muy abiertos y se colocó el pelo y el vestido.

–¿Y por qué estamos los dos cubiertos de sangre?

–Solo son unas gotitas. Cuando te caíste, la aguja se salió de su sitio.

–Mmm. Tal vez, deberías contratar a una enfermera. Esto no parece tu punto fuerte.

Pedro contó hasta diez para no perder los nervios.

–¿Alguna vez te ha dicho alguien lo impertinente que eres?

Ella sonrió, haciéndolo estremecer.

–Mucha gente, doctor, mucha gente.

–¿Quieres cambiarte de ropa? –preguntó él de forma abrupta, temiendo no poder seguir manteniendo el control de la situación.

–Si me vas a ofrecer una bata de papel, la respuesta es no.

Ignorando su pulla, Pedro limpió todo, colocó los instrumentos en su sitio y etiquetó las probetas con sangre.

–¿Cuántas veces al año donas sangre?

–Siempre que me dejan. Cada cuatro o cinco meses.

–¿Por qué? –quiso saber él, perplejo.

–Tengo un grupo sanguíneo poco común –explicó ella–. Es importante.

Solo por eso, ella se merecía su ayuda, decidió Pedro. Cualquier mujer lo bastante valiente como para hacer lo correcto aun a riesgo de desmayarse, tenía todo su respeto. Su coraje lo desarmó, casi tanto como su impresionante belleza. Aceptaría su propuesta, se dijo él. Pero mantendría al margen sus sentimientos. No permitiría que Paula Chaves fuera nada más que su paciente. Era demasiado joven para él. Ocho años era una diferencia muy grande. Además, ella necesitaba protección y él se la daría, tanto en lo físico como en lo emocional. Solo en una ocasión con anterioridad había sentido esa necesidad de hacer de caballero andante. En ese caso, Pedro le había fallado a la mujer de su vida. Cuando Daniela había sido diagnosticada, ya no había podido hacer nada. Solo había podido ofrecerle su amor y su apoyo durante semanas de dolorosa quimioterapia y sujetarle la mano en el momento de la muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario