lunes, 25 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 67

–¿Como yo? ¿Es que tú no lo piensas también?

–Apenas lo conocemos. Es demasiado pronto para sacar conclusiones sobre él. Las cosas no son siempre lo que parecen. Además, me he enterado por Ramos de que la policía tiene un nuevo testimonio de un testigo sobre un hombre que estuvo aquí el día del asesinato.

Pedro parpadeó.

–Eso es estupendo. ¿Te ha contado algo más?

–Parece ser que era un hombre con sombrero y gabardina, con acento de Boston. No se me ocurre ninguno de nuestros clientes que se ajuste a esa descripción, ¿Y a tí?

Pedro sacudió la cabeza.

–No, pero es una buena noticia. Voy a llamar a Ramos a ver si puede decirme algo más. Espero que le retiren todos los cargos a mamá y podamos pasar página y dejar atrás este desagradable episodio.

–Es Paula quien le ha dicho eso a la policía. Según parece los llamó ayer después de acordarse de repente de ese tipo.

Pedro se quedó paralizado. ¿Se habría inventado Paula a aquel sospechoso? Por un momento se maldijo por ese pensamiento tan desleal, pero es que ya no se fiaba de ella.

–¿A qué viene esa cara? –inquirió Federico.

–No sé, es que me parece demasiado oportuno que de repente se haya acordado de un tipo misterioso justo después de que me enfadara con ella por haber incriminado a mamá.

Federico dió un paso hacia él y le dio unas palmadas en el hombro.

–Hermano… te veo muy tenso. No tengo a Paula por una mentirosa. Precisamente por eso le dijo a la policía que había visto a mamá esa noche, porque era la verdad.

A Pedro se le hizo un nudo en la garganta. Sabía que Federico tenía razón.

–Es cierto, nunca me ha mentido; simplemente no me dijo toda la verdad –se frotó la frente con los dedos–. Porque tenía miedo de que si me decía toda la verdad me pondría furioso con ella. Supongo que es culpa mía que no me lo dijera –exhaló un pesado suspiro–. Le debo una disculpa. Voy a ir a su casa.

Federico sonrió.

–Me alegra oír eso. Espero que te perdone.

Pedro tomó su chaqueta del respaldo de la silla y se la puso.

–Yo también.



Paula no sabía qué hacer. Era mediodía y a esa hora ya habría revisado un montón de correo, mecanografiado varios informes, y posiblemente habría asistido a una reunión o dos. Esa mañana lo único que había hecho había sido tomarse una taza de café – descafeinado por si estaba embarazada–, había hecho unas cuantas posturas de yoga sin ninguna gana, y había limpiado el polvo de las estanterías. Debería empezar a buscar otro empleo, pero no se sentía con ánimo. Dejó escapar un largo suspiro y fue a tirar los posos del café por el desagüe de fregadero de la cocina. Se sentía como si alguien le hubiese atravesado el corazón con un cuchillo. Toda la felicidad que había sentido hacía un par de días de repente se había hecho añicos. ¡Qué rápido había pasado Pedro de la adoración al desprecio! Probablemente nunca había sentido nada por ella, se dijo, y sintió una punzada de decepción. Ella seguía enamorada de él. Debería estar enfadada por cómo la había despachado, pero no podía culparlo. Estaba bajo mucha presión, y su familia era lo primero. Y ambas cosas las había sabido antes de que empezara algo entre ellos. La culpa de todo era suya por no haber tenido el valor de decirle lo que le había contado a la policía. Y ahora probablemente sabría también que había sido ella quien había dejado entrar al asesino en el edificio, cosa que no ayudaría mucho a que la perdonase.¡Qué desastre!, pensó. En fin, debería vestirse. No iba a ganar  nada pasándose el día dando vueltas en pijama por el apartamento como un alma en pena. Si al final resultaba que estaba embarazada tenía que ser fuerte por el bebé.

Justo cuando estaba empezando a desvestirse para darse una ducha sonó el timbre de la puerta. Frunció el ceño.

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