miércoles, 13 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 48

–Me refiero a que si las cosas no funcionan entre vosotros… en fin, ya sabes, es importante no que no genere mala prensa para la familia y la empresa.

–¿Crees que si él rompiera conmigo, iría a hablar mal de él a la prensa?

Primero Federico y ahora Sonia… Parecía que todos los Alfonso sospechaban que sería capaz de traicionarlos. ¿Qué dirían si supieran lo que le había dicho a la policía sobre su madre? De pronto se sentía como una intrusa en aquella reunión familiar. ¡Si al menos se lo hubiese dicho a Pedro! Con todo lo que había pasado entre ellos difícilmente podía ya contárselo, y ese engaño por omisión la estaba devorando por dentro.

–¡No! Ninguno de nosotros piensa que vayas a causar problemas –se apresuró a asegurarle Sonia, poniéndole una mano en el brazo–. Solo quería que estuvieras preparada para lo que pueda pasar y que intentes llevarlo con calma. Quiero a mi hermano, pero siempre ha jurado y perjurado que nunca se casará ni tendrá hijos.

A Paula se le encogió el estómago. ¿De verdad había dicho eso? Si su hermana lo decía, debía ser cierto. Si se lo había contado había sido para prevenirla y que no acabara con el corazón roto. Puso el colador en la encimera y empezó a cortar las hojas con manos temblorosas.

–Yo jamás les causaría ningún problema –le dijo en un tono quedo–.  Pedro me importa, y también el Grupo Alfonso.

–Estoy segura de que sí –Sonia volvió a inclinarse hacia ella y le dijo a modo de confidencia–: Todos hemos notado un cambio en Pepe; vuelve a ser él. La muerte de nuestro padre lo dejó muy tocado. Y creo que es gracias a tí; espero que las cosas les vayan muy bien.

A pesar de sus palabras, a Paula no le pasó desapercibida la duda en su voz. Ella misma sabía que Pedro pasaba de una mujer a otra como quien se cambia de camisa. Debería agradecer que su hermana se lo hubiese recordado. Sonia sacó otro tema de conversación, y mientras seguían charlando y ella preparaba la ensalada, oyeron a Luciana y a Andrés acercándose por el pasillo.

–Y esta es la cocina –anunció Luciana cuando entraron.

–Muy acogedora –comentó él mirando alrededor.

–¿Necesitan que les echemos una mano? –le preguntó Luciana a Sonia y a Paula.

–No, ya está todo listo –respondió Sonia con una sonrisa–. Aunque podrían ayudarnos a llevarlo todo al comedor.

La larga mesa de caoba del comedor brillaba como un espejo, y estaba preciosa con los manteles individuales de lino, la antigua vajilla de porcelana y la cubertería de plata con que se había dispuesto. Era evidente que alguien se ocupaba de limpiar en ausencia de la señora Alfonso, pensó Paula.

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