miércoles, 20 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 60

Por más saludos al sol que hizo después de la brusca llamada de Pedro, Paula no lograba calmar sus nervios. Le había dicho que iba para allá y que llegaría en veinte minutos y luego había colgado. Enrolló su esterilla de yoga, la guardó en el armario y se puso a limpiar otra vez la encimera de la cocina, como si padeciera un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad. Cuando oyó que llamaban a la puerta dió un respingo.

–¡Ya voy! –dijo, e intentó controlar la respiración mientras quitaba el cerrojo.

Al abrir la golpeó como una ráfaga de aire helado la fiera mirada de Pedro, que entró tan erguido y tenso como una estatua. Paula cerró la puerta y se quedó callada, incapaz de articular un simple hola o ¿qué tal el día?

–¿Le dijiste a la policía que viste a mi madre en el edificio la noche del asesinato?

Pedro no alzó la voz al hacerle aquella pregunta, pero sonó fría y cortante como un cuchillo.

–Sí –Paula logró decirlo sin que le temblara la voz–. La ví cuando se marchaba, y cuando me preguntaron, simplemente les dije la verdad.

–Esa declaración que hiciste es el motivo por el que mi madre está en la cárcel y por el que se niegan a concederle salir bajo fianza. Por tu causa la consideran sospechosa del crimen.

Paula notó que se achantaba ante la mirada acusadora de Pedro.

–Lo único que dije es que me la encontré en el ascensor cuando se paró en nuestro piso y que llevaba una bolsa.

–Le llevaba la cena a mi padre.

–Yo no sabía lo que había en la bolsa.

–También les dijiste que parecía alterada –añadió él entornando los ojos.

Paula reprimió el impulso de dar un paso atrás para alejarse de la furia que emanaba de él.

–Tenía lágrimas en los ojos; parecía que estaba a punto de echarse a llorar. Y parecía muy angustiada. Creo que fue eso lo que dije, aunque no lo recuerdo exactamente, porque de eso hace semanas –sintió que a ella misma se le llenaban los ojos de lágrimas–. Nunca pensé que la arrestarían.

–Sabías que la policía estaba investigando un crimen y buscando sospechosos –respondió él, fijando en ella de nuevo esa mirada acusadora.

–Sí, lo sabía –admitió ella tragando saliva–, pero lo único que hice fue decirles la verdad.

–¿Y por qué no me dijiste nada? Todo este tiempo hemos estado preguntándonos por qué la habían arrestado y por qué se niegan a concederle la libertad bajo fianza, y es por esa declaración que hiciste.

–¿Que por qué? –le espetó ella, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas–. Supongo que porque sabía que te enfadarías.

Los ojos de él relampaguearon con una mezcla de ira y confusión.

–No estoy enfadado porque dijeras la verdad, sino porque en todo este tiempo no me lo hayas contado –sacudió la cabeza–. No lo comprendo, y hace que sienta que no te conozco como creía, Paula.

–Siento mucho no habértelo contado. Quería hacerlo, pero nunca parecía encontrar el momento adecuado, y luego empezaron a pasar los días y las semanas, y era como si el momento ya hubiese pasado.

Una profunda tristeza la invadió, y rogó por que no estuviera embarazada.

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