miércoles, 6 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 31

Cuando Pedro volvió a entrar en el estudio, lo hizo más calmado que el viernes, cuando habían llegado. Ese día, después de encontrar el sobre en el tercer cajón del lado derecho del escritorio, había cerrado la puerta del estudio, decidido a dejar sus preocupaciones a un lado y disfrutar del fin de semana con Paula.


Al llegar el domingo, sin embargo, una cierta sensación de culpa lo invadió. La cena en familia los domingos era una tradición que los Alfonso habían mantenido durante años. Todos se reunían en la casa paterna y compartían cena y se contaban unos a otros cómo les iba. Su padre, por desgracia, no volvería a sentarse con ellos a cenar, pero después del asesinato su madre había insistido en que debían continuar con la tradición aunque él ya no estuviera. Como el mayor de los hermanos  sabía que debería haber reunido a sus hermanos, pero con su madre en la cárcel no había estado de ánimo. Aquel fin de semana con Paula era un paréntesis necesario, pero había cosas que debía afrontar, como ese sobre de su padre, y decisiones por tomar.



Paula había hecho tortitas mientras él preparaba café, y cuando terminaron de desayunar, ella, con el tacto que la caracterizaba, con la excusa de que iba a hacer un par de llamadas, salió al patio, dejándolo para que pudiera examinar a solas los contenidos del sobre del estudio. Mientras sacaba el sobre del fondo del cajón se preguntó si su padre lo habría preparado en un momento, con la eficiencia que lo había caracterizado siempre, o si habría pensado cuidadosamente lo que había metido en el sobre. Inspiró profundamente y lo vació sobre la mesa. Entre los papeles amarillentos había un folio blanco doblado a la mitad. Lo tomó y lo desdobló. Tragó saliva al ver la letra de su padre. Otra carta. La carta que le había entregado el abogado en la lectura del testamento y que tan apresuradamente había leído le había dejado una herida en el corazón, y sospechaba que releer la que tenía en sus manos reabriría esa herida y la haría más profunda.



«La verdad es que no eres mi primogénito».



Había escrito su padre en la otra carta. Había visto a Alicia y a sus dos hijos en el funeral de su padre, pero se había negado a creer los rumores que corrían acerca de ellos. Esa primera y breve frase había sido un auténtico mazazo para él.  Durante toda su vida solo había soñado con ser como su padre, un hombre orgulloso de su familia, con éxito en los negocios y en todo lo que intentaba.

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