lunes, 4 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 27

A la mañana siguiente Paula se despertó con una extraña mezcla de ilusión y ansiedad. Iban a pasar dos días enteros juntos, sin interrupciones, y estaba impaciente por que el primero comenzara, pero por otro lado… ¿Y si resultaba que no tenían nada de qué hablar? ¿Y si Pedro se aburría con ella?

–Buenos días, preciosa –murmuró este besándola en el cuello.

Aquel pequeño beso la hizo estremecer de placer y disipó sus dudas.

–Buenos días. ¿Has dormido bien?

–No había dormido mejor en toda mi vida. Eres la mejor medicina del mundo.

Paula sonrió.

–Me alegro. Lo de anoche fue increíble.

Pedro la besó en la mejilla.

–Mejor que increíble; eres una caja de sorpresas, Paula. No imaginaba que pudieras ser tan sensual.

–Bueno, en la oficina trato de mantener mi lado salvaje bajo control –bromeó ella guiñándole un ojo–. No sería apropiado.

–Me da la impresión de que hay un montón de cosas que no sé de tí.

–Seguro que no tantas –replicó ella. No quería que pensara que era una especie de fascinante Mata Hari y luego acabase decepcionado–. Lo que pasa es que hay facetas de mí que no se ven con la luz de los fluorescentes de la oficina.

Pedro bajó la vista a su cuerpo y levantó la sábana para descubrir uno de sus senos.

–Pues a mí me parece que con cualquier luz eres preciosa.

El modo en que la miraba sí que la hacía sentirse preciosa, pensó ella.

–Pues yo no estaba segura de qué habría bajo esos trajes que llevas siempre a la oficina –le dijo deslizando un dedo por su pecho–, pero por tus músculos yo diría que haces pesas o algo así.

–Nada de eso. Pero juego mucho al tenis y al squash.

–Yo jugaba al tenis en el instituto –le confesó ella con timidez.

La verdad era que había sido la estrella del equipo, pero al empezar la universidad lo había dejado porque no quería que nada la distrajese de sus estudios y además trabajaba al mismo tiempo.

–¿En serio? Pues un día tenemos que jugar un partido. Podemos ir al club cuando volvamos.

¿Al club? ¿Al exclusivo club de campo del que ser socio costaba más de cincuenta mil dólares al año? Paula  tragó saliva.

–Hace años que no juego. Seguro que ahora no sería capaz ni de mandar la pelota al otro lado de la red.

–Tendremos que averiguarlo. Además, el tenis es como montar en bicicleta; nunca se olvida. Después de diez minutos o así te sentirás como si nunca hubieras dejado de jugar.

–Bueno, tal vez si no me lo pones muy difícil… –murmuró ella deslizando el dedo hacia su vientre, que se contrajo con aquella caricia.

–Pues no sé… Los Alfonso no tenemos por costumbre ponerle las cosas fáciles al oponente.

–Ya. Les va más machacarlo y bailar sobre su tumba –al menos esa era la fama que tenían como hombres de negocios. Pedro la miró sorprendido, y Paula se preguntó preocupada si habría dicho algo que no debía–. Bueno, no literalmente, por supuesto; solo quería decir que…

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