lunes, 4 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 30

Tras pasar la mañana pescando sin pescar nada a la orilla del río y dar cuenta de un suculento picnic, se fueron a pasear por el bosque. A Paula no dejaba de sorprenderle lo rápido que su relación había pasado de ser estrictamente profesional a… bueno, a algo que era cualquier cosa menos profesional. Cuando regresaron a la cabaña sacaron una esterilla acolchada de camping al patio, y en ese momento estaban tumbados en ella, desnudos y tapados únicamente con una fin sábana. El cálido aire primaveral les acariciaba la piel, todavía húmeda por la apasionada sesión de sexo que acababan de tener. Mientras charlaban, Pedro. dibujaba arabescos con un dedo en el vientre de Paula, haciendo que un cosquilleo delicioso la recorriera y que le entraran ganas de reír. Ella le había revuelto a él el cabello con los dedos, y algunos mechones caían sobre sus ojos, que habían vuelto a oscurecerse de deseo.

–Quizá no deberíamos volver a la ciudad –murmuró.

El vientre de Paula se estremeció con sus caricias.

–No digo que no resulte tentador, pero…

–Venga, ¿Tú crees que nos echarían de menos? –la interrumpió él con una sonrisa traviesa–. Que ese desagradable Lucas Sosa se quede con la compañía si quiere; tú y yo podemos vivir aquí, en los bosques, comiendo las truchas que pesquemos.

–Pero si no hemos pescado ni una trucha –lo picó Paula. Sabía que Pedro solo estaba bromeando, aunque desde luego no le importaría quedarse con él allí el resto de su vida: no más atascos cuando iba por la mañana a la oficina, no más tomar notas en las reuniones…–. Es más, las truchas ni han aparecido.

–Pues recolectaremos bayas –insistió él con otra sonrisa juguetona.

–¿Bayas? Bueno, supongo que si lo complementamos con pedidos a tu delicatessen favorito… –respondió ella jugando con un mechón del corto cabello de Pedro.

Él se inclinó para besarla en el estómago.

–Nunca me había planteado una vida distinta de la que he llevado hasta ahora –le confesó–, pero últimamente, con todo lo que está pasando, no puedo evitar pensar que hay otras posibilidades ahí fuera –su rostro se ensombreció–. Y también he estado pensando que tal vez, por cómo dejó dispuestas las cosas en su testamento… tal vez quiso darme la oportunidad de explorar esas posibilidades.

¿Lo estaba diciendo en serio?, se preguntó ella anonadada. No podía imaginarse el Grupo Alfonso sin Pedro, ni a Pedro fuera de aquella compañía que parecía ser más importante para él que la sangre que corría por sus venas. Sin embargo, quería que supiera que, decidiera lo que decidiera hacer, contaba con su apoyo.

–¿Y qué te gustaría hacer, si pudieras hacer cualquier cosa?

Pedro deslizó la yema del pulgar por su muslo.

–Bueno, yo diría que ya lo estoy haciendo –la picó con una sonrisa traviesa–. Y quizá… quizá también haría esto… –inclinó la cabeza y le lamió un pezón, que de inmediato se endureció–. Y esto… –murmuró antes de besarla en los labios con exquisita ternura.

El corazón de Paula palpitó con fuerza. Pedro hablaba como si acabara de descubrir al amor de su vida: ella. «¡No te montes películas!», se reprendió. En aquel lugar paradisíaco era fácil olvidarse del mundo real, pero pronto tendrían que volver a él.

Después de otra deliciosa cena del botín que tenían en la nevera, vieron una película de suspenso de Hitchcock. Paula aprovechaba cada escena de miedo para abrazarse con fuerza a Pedro, y disfrutó inmensamente pudiendo hacer algo tan mundano con el hombre que hasta hacía unos días le había parecido inalcanzable. Después de la película compartieron un cuenco de helado de caramelo, intercalando las cucharadas con ardientes besos, y tras otra noche de pasión, al día siguiente, el domingo, no se levantaron casi hasta mediodía, y solo porque Pedro decidió que había llegado el momento de enfrentarse al sobre lleno de recuerdos que le había dejado su padre.

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