viernes, 8 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 36

A diferencia del vuelo de ida, Paula no sintió nada de nervios en el vuelo de regreso a Charleston. Después de aquel increíble fin de semana tenía la sensación de que con Pedro a su lado sería capaz de dar la vuelta al mundo. Ya de regreso en su departamento se dió una ducha y se vistió para ir a cenar con su madre. Mientras decidía qué ponerse no pudo evitar volver a acordarse de lo que le decía siempre: «Tienes un cuerpo estupendo; deberías enseñarlo un poco más». Así era Alejandra Chaves, una mujer cuya vida giraba en torno a los hombres y a ser admirada por ellos. De camino a su casa entró en una joyería y le compró el brazalete más caro que podía permitirse. Cuando llegó a casa de su madre esta ya estaba preparada.

–¡Oh, cariño, no tendrías que haberte molestado! –exclamó al abrir su regalo, y de inmediato el brazalete fue a unirse al resto de pulseras que llevaba en la fina muñeca.

–¿Y Diego? –inquirió Paula preguntando por su último novio, con el que llevaba casi dos años.

–Se ha mudado a Charlotte.

–¿Y eso?

–Su empresa lo ha trasladado a la planta que tienen allí –su madre se encogió de hombros, como si no le importara nada, pero a Paula no le pasó desapercibida la tristeza en sus ojos.

–Con lo bien que estaban… ¿Has pensado en irte a Charlotte con él?

Su madre sacudió la cabeza.

–Dijo que era mejor que lo dejáramos estar. Empezó a hablar de tener hijos y esas cosas y… En fin, a mi edad yo ya no… –agitó la mano en el aire, como quitándole importancia de nuevo al asunto.

Claro que era de esperar que pasara lo que había pasado. Diego tenía casi quince años menos que ella.

–Lo siento, mamá; la verdad es que me caía bien.

No era un hombre interesante, ni divertido, ni encantador, ni tampoco guapísimo, como Pedro, pero siempre había tratado bien a su madre.

–Sí, bueno, ¿Qué le vamos a hacer? Antes o después hay que pasar página. Quizá esta noche conozcamos al hombre perfecto, ¿Quién sabe? He reservado mesa en Dashers, un bar nuevo que han abierto cerca de aquí.

Veinte minutos después, tal y como había imaginado, estaban sentadas las dos en un reservado con asientos de cuero negro, y su madre se había sentado de un modo estratégico, dejando las piernas fuera para que pudieran mirárselas todos los hombres que pasaran.

–Bueno, ¿ Y qué me dices de tí, cariño? –le preguntó–. ¿Sigues encerrándote en tu departamento los fines de semana para leer y practicar yoga, o sales alguna vez al mundo?

Paula se había dicho una y otra vez que sería mejor ocultarle lo de Pedro a su madre, pero aquella puya le soltó la lengua.

–La verdad es que estoy viendo a alguien.

Su madre puso unos ojos como platos.

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