miércoles, 6 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 35

–¿Y cuándo van a volver a verse?

–Imagino que mañana por la mañana en la oficina, cuando vaya a llevarle el correo –respondió Paula, aunque sabía que lo que Sofía estaba preguntando era si iba a haber más fines de semana como aquel.

–Umm… imagínate: hacerlo con él apasionadamente encima de la mesa de su despacho… los papeles cayendo al suelo y el teléfono sin parar de sonar.

–Prefiero no imaginármelo –dijo Paula sonrojándose–; eso no va a pasar.

–No digas «de esta agua no beberé». ¿Quién te iba a decir hace unos días que ibas a besarte con él en su despacho y luego iba a invitarte a un fin de semana en las montañas?

–No me lo habría imaginado jamás, aunque no negaré que había fantaseado con ello.

–¿Lo ves? A partir de ahora cualquier cosa es posible. Antes de que acabe el año podrías haberte convertido en la esposa de Pedro Alfonso.

–Lo dudo mucho. Los Alfonso le dan mucha importancia al estatus social, y yo no solo soy hija ilegítima, sino que además no tengo una gota de sangre azul en mis venas. El padre de Pedro no se casó con su amante porque no era de la clase social adecuada, y me temo que las cosas en la familia no han cambiado mucho desde entonces.

–Tonterías. Estoy segura de que Pedro está loco por tí, y con la seguridad que dices que tiene en sí mismo dudo que le preocupe lo que los demás puedan opinar de su encantadora futura esposa.

–¡Para ya con eso, Sofi! ¿No fuiste tú quien me aconsejó que fuera despacio por si al final todo acababa en lágrimas?

–Sí, pero es que ya que te has lanzado de cabeza a la piscina y no hay vuelta atrás, si yo fuera tú disfrutaría el momento, y si luego tienes que echar unas lagrimitas las echas… ¡Pero que te quiten lo bailado! Oye, y ahora que me acuerdo: ¿Le encontraste ya un regalo de cumpleaños a tu madre?

Paula dió un respingo.

–¡No puedo creer que lo haya olvidado! ¡Y es mañana! ¡No, es hoy! ¡Y ni siquiera la he llamado…! Ay, Dios… Y si se suponía que íbamos a salir a cenar juntas…

Desde aquel beso en el despacho de Pedro no sabía dónde tenía la cabeza. Se despidió de Sofía, colgó, y llamó a su madre. Mientras hablaban oyó la puerta corredera abrirse detrás de ella, y vió salir a Pedro.  Lo saludó con la mano, y terminó la conversación diciéndole a su madre que hiciese una reserva en el restaurante que prefiriese.

–Te he echado de menos –murmuró Pedro rodeándola con sus brazos por detrás.

–No nos hemos separado más de veinte minutos.

–Pues se me han hecho una eternidad… –Pedro la besó en el cuello y apoyó la cabeza en su hombro un momento.

–¿Estás bien? ¿Has leído la carta? –inquirió Paula volviéndose hacia él.

–La he leído. Parece ser que lo que mi padre dispuso en el testamento era su forma de darme permiso para que abandonara todas mis responsabilidades en la compañía y que puedo hacer con mi vida lo que me plazca –dijo Pedro irritado. Exhaló un profundo suspiro y la miró a los ojos–. Lo único que puedo decirte ahora mismo es que le doy gracias a Dios por tenerte a mi lado en este momento.

–No dejes que te afecte. Quizá podríamos ir a dar un paseo por el bosque para que liberes un poco de estrés.

Los ojos de Pedro brillaron traviesos.

–Se me ocurren otras formas de liberar estrés…

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