viernes, 22 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 62

Pedro cerró enfadado la puerta de su Porsche y puso en marcha el motor. Se sentía ardiendo de ira y de dolor. Paula había sido hasta entonces su puerto seguro en aquella tempestad, pero no había sido capaz de decirle lo que le había contado a la policía. Estaba visto que uno nunca llegaba a conocer a la gente de verdad. Lo que le había ocurrido con su padre se repetía. Todo el mundo tenía secretos que crecían y se enredaban como zarzas, atrapándolos en una red de engaños. Quería ir a ver a su madre, pero no había obtenido todavía otro permiso especial para hablar con ella en persona, y la idea de tener que hablar con ella a través de un monitor de vídeo hacía que le doliese el corazón. Cuando entró en el estacionamiento y apagó el motor se quedó un momento con las manos y la cabeza apoyadas en el volante. Iba a hacérsele muy extraño estar solo en su departamento. Se bajó del coche y subió en el ascensor. Tal y como había esperado el departamento le parecía frío y desierto. La luz del contestador parpadeaba. Se acercó y pulsó el botón para oír los mensajes.

–Pepe, soy Sonia. ¡Han dejado libre a mamá! Le han concedido la libertad bajo fianza. Ha bastado el testimonio de Juan de que alguien había quitado el cerrojo de la puerta del vestíbulo desde dentro cuando él estaba en el baño. Ahora mismo va de camino a casa. Ven a reunirte con nosotros para celebrarlo.

Pedro apretó el puño victorioso al terminar de escuchar el mensaje.

–¡Sí! Ya era hora… –murmuró, y tomó el teléfono para llamar a Sonia–. Voy para allá ahora mismo.

Contento de tener un motivo para marcharse de su solitario departamento, decidió que iría a pie, pues la mansión de su familia no estaba lejos de allí. Se sentía revigorizado mientras caminaba por las calles de Charleston. A pesar de todo lo que había pasado con Paula sentía el corazón ligero por el alivio de saber que su madre había dejado aquel horrible lugar y volvía a su amada casa. La encontró más delgada y frágil cuando la abrazó al llegar.

–Estoy deseando ir a la peluquería –les dijo a sus hijos algo azorada, dándose unas palmaditas en el cabello–. Hasta ahora mis canas eran un secreto entre mi peluquera y yo. Espero que me pueda hacer un hueco mañana.

Volver a oír su suave voz y su acento sureño en aquella casa era un regalo para sus oídos.

–A eso le llamo yo tener claras las prioridades, mamá –comentó Luciana divertida, dándole otro abrazo.

Todos se arremolinaron en torno a ella en el salón.

–Necesitas una cena como Dios manda –dijo Carolina.

–¡Ni me la menciones! Creo que voy a escribir un libro que se titule: La dieta de la prisión –murmuró bajando la vista para mirarse–. Antes pensaba que estaba delgada, pero parece que, como dice el refrán «Nunca es uno demasiado rico ni está demasiado delgado».

–Me alegra que tu sentido del humor permanezca intacto –dijo Pedro.

Los ojos de su madre, a quien no se le escapaba nada, se encontraron con los suyos.

–¿Y Paula? –inquirió.

Pedro vaciló. Lo último que necesitaba su madre en ese momento era escuchar malas noticias.

–Está en su casa.

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