miércoles, 20 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 57

–¿Lo harías? –le preguntó Sofía abriendo mucho los ojos.

–Nunca. Ha sido consentido por ambas partes. Sería una mala persona si lo denunciase.

–Bueno, sí. Aunque sería más fácil que que te toque la lotería – dijo su amiga–. Pero has esquivado mi pregunta. Solo es hablar por hablar, pero Pedro tenía motivos para cometer el crimen. Quizá descubrió que su padre tenía otra familia y estaba tan furioso que quiso vengarse.

Paula sacudió la cabeza.

–No es su estilo. Y es demasiado listo como para hacer algo así  y arriesgarse a pasarse el resto de su vida en prisión. Además, adoraba a su padre. Salta a la vista. Cuando fuimos a la montañas no hizo más que hablarme de él, y de cómo lo echa de menos cada día.

–Lástima. Porque si al final las cosas se ponen feas entre ustedes, al menos no te costaría tanto superarlo si descubrieras que es un asesino.

–O a lo mejor esta crisis nos une más.

–¿Lo ves? Ya estás otra vez cayendo en tus propias ensoñaciones. Tienes que buscarte a un tipo sencillo, sin preocupaciones –le dijo Sofía.

–Pero es que estoy enamorada de Pedro –repuso ella. El corazón le palpitó con fuerza cuando las palabras se quedaron flotando en el aire–. De verdad que lo estoy.

–Ya lo veo –Sofía ladeó la cabeza y la miró con compasión–. Anda, llámale; sabes que estás deseando –dijo señalando el teléfono móvil de Paula, que estaba en la mesita, junto a sus llaves.

Paula sintió que un cosquilleo de nervios la recorría. ¿Se atrevería a llamarle? Quizá Pedro se alegrase y le pidiese que fuese a su casa. Y entonces podrían pasarse la noche haciendo el amor en su enorme cama y desayunar juntos en bata antes de irse a trabajar. Tomó el teléfono y marcó su número.



–¿Quién fue? –Pedro se levantó con violencia de la silla y se pasó una mano por el cabello.

En su despacho estaban Federico, Carolina y la detective de la empresa, Diana Thomas. Ésta, alta y de melena azabache que enmarcaba un rostro con unos ojos de un azul intenso, era quien había propuesto a Antonio Ramos, el detective privado al que Pedro había contratado para investigar el asesinato de su padre. Era un hombre alto, con la cabeza afeitada, y una mirada que daba la impresión de que pudiera leerle a uno el pensamiento.

–Todos sabemos que alguien vio a mamá aquí la noche del asesinato; ella misma me lo dijo. Pero quiero saber quién fue y por qué nadie quiere decírmelo –insistió Pedro.

–Sí, ¿Quién fue? –dijo Federico impacientándose también.

El fiscal del distrito acababa de negarles por enésima vez la posibilidad de fijar una fianza.

–Paula Chaves–dijo finalmente Ramos.

Se hizo un silencio absoluto y todas las miradas se volvieron hacia Pedro.

–Me están tomando el pelo –dijo este mirando a Federico y a Carolina, pero estos parecían tan estupefactos como él–. Es imposible que fuera ella; me habría dicho algo.

Carolina tragó saliva y Federico bajó la vista a la moqueta.

–¿Esa información la ha obtenido de la policía? –le preguntó Pedro a Ramos.

Una mezcla de ira y confusión se revolvía en su pecho. En ese momento empezó a vibrarle el móvil, y lo sacó irritado del bolsillo para apagarlo. Ramos asintió.

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