viernes, 8 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 38

–Pues a mí me suena a que está resentido –frunció los labios y tomó un sorbo de su Manhattan–. Te apuesto lo que quieras a que fue él quien lo mató. Pero nos estamos yendo de la conversación: ¿vas en serio con Pedro Alfonso, o no? –inquirió con una sonrisa.

Paula se rió.

–Su familia lo llama Pepe.

–Es igual; tú no lo dejes escapar. No se te presentarán muchas oportunidades así en la vida.

–No sé si lo que hay ahora entre nosotros llegará a algún sitio, pero la verdad es que me gusta.

–Lo importante es que no dejes que te trate mal porque sea un chico rico. Aunque estoy segura de que no se lo consentirías. Mi Paula tiene la cabeza bien puesta sobre los hombros –en ese momento llegaron los nachos que habían pedido. Su madre tomó uno y le dio un mordisco–. Yo no he tenido la suerte de echarle el lazo a un pez gordo como ese. Bueno, aún estoy a tiempo; todavía estoy de buen ver –añadió guiñándole un ojo–. Pero o mucho me equivoco, o tú pronto estarás viviendo como una reina.

–¡Mamá! –protestó Paula azorada.

De pronto se imaginó a su madre presumiendo ante sus clientes de que su pequeña estaba saliendo con un ricachón de esos Alfonso de los que tanto hablaban los periódicos.

–Prométeme que no le hablarás de esto a nadie. Al menos de momento –le pidió.

–¿Me vas a privar del placer de presumir de tí? Oh… ¡mira que eres mala! –protestó su madre poniendo morritos–. Está bien, haré lo que pueda. Pero será mejor que anuncien pronto el compromiso porque no sé si seré capaz de contener mi lengua mucho tiempo.

–Mamá… Solo hemos tenido una cita.

Su madre enarcó una ceja.

–Siempre puedes probar a decirle que estás embarazada.

–Si eso te hubiera funcionado a tí te habrías casado con mi padre, y ni siquiera llegué a conocerlo.

Su madre inspiró.

–Tienes razón. Lo había olvidado. No sé ni por qué te lo conté.

–Porque yo no hacía más que preguntarte y un día acabaste cediendo a la presión –contestó Paula con una sonrisa–. Y porque sabías que era mejor que supiera la verdad a que siguieras contándome esas historias de que era un vendedor ambulante que volvería de Extremo Oriente algún día.

–Bueno, siempre pensé que eso era más emocionante que decirte la verdad, que tu padre es un exjugador de rugby que se está quedando calvo y regenta una zapatería en Fayetteville. Lo busqué en Facebook y puedo asegurarte que no está llevando bien el paso de los años. Aunque en su día fue muy guapo, desde luego.

–Y quizá nos hizo un favor a las dos al no quedarse contigo.

El día que le había contado la verdad, su madre había admitido entre lágrimas que se había ido de la ciudad el día que ella le había dicho, ilusionada, que se había quedado embarazada.

–Llevábamos saliendo seis meses, y yo daba por hecho que era cosa hecha que nos casaríamos y… –se encogió de hombros–. En fin, no conoces de verdad a las personas hasta que las circunstancias las ponen a prueba. Con respecto a tu Pedro Alfonso solo digo que tengas cuidado de no venirte abajo si cuando haya pasado la tormenta se olvida de tí. Y no pierdas tu trabajo por él. Si hay una cosa de la que me enorgullezca es que mi trabajo siempre ha estado para mí por encima de todo. Los hombres han entrado y salido de mi vida, pero el trabajo es lo que hace que puedas comer y vestirte ya tengas o no a un hombre a tu lado. No lo olvides nunca.

–No te preocupes, mamá –Paula tomó un nacho y lo mordisqueó pensativa–. No lo olvidaré.

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