miércoles, 13 de febrero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 46

Pedro pasó a hacer las presentaciones.

–Esta es mi hermana Sonia –dijo señalando con un ademán a una bonita pelirroja.

Sonia le estrechó la mano a Paula con una sonrisa.

–Nos hemos cruzado alguna que otra vez en la oficina, cuando he ido a darle la lata a Pedro y a Federico, pero no nos habían presentado, ¿Verdad? –comentó.

–Y este es Daniel, el prometido de Sonia –continuó Pedro.

Era un hombre alto y rubio de sonrisa cálida.

–¿Qué tal? –la saludó cuando se estrecharon la mano.

–Y esta es Luciana, la organizadora de eventos de la familia –dijo Pedro, presentándole a otra de sus hermanas.

–Y ahora mismo me estaba riñendo por cómo he planificado esta cena –le confió Luciana con un brillo travieso en sus ojos verdes–. Confíen un poco más en mí; sé lo que estoy haciendo –le dijo a sus hermanos.

–Bueno, a Federico y al pequeño Marcos ya los conoces –continuó Pedro, dirigiéndose a Paula.  Federico la saludó con un asentimiento de cabeza, y el chiquillo levantando la mano como si fuera un indio–. Y a Carolina también la conoces, por supuesto.

Carolina, otra belleza de pelo castaño rojizo que también trabajaba en la empresa familiar, la besó en la mejilla y le presentó a su prometido, Adrián.

–Nos alegra que hayas podido venir. Y también el ver a Pepe más relajado últimamente gracias a tí –dijo dándole con el codo en plan juguetón.

–Bueno, es cierto que Paula  me está ayudando a ver las cosas con perspectiva –respondió Pedro.

En ese momento volvió a sonar el timbre de la puerta. Los hermanos se miraron unos a otros.

–Debe ser Andrés –siseó Carolina.

–Ya voy yo –dijo Luciana con una sonrisa, y fue a abrir.

Paula todavía no había conocido a ninguno de los dos hermanos Soa. No podía evitar sentir cierta curiosidad por qué clase de personas serían los hijos de la que había sido la amante de Horacio Alfonso.

Todos se giraron hacia la puerta cuando regresó Luciana con un hombre rubio de estatura mediana y elegantemente vestido. Pedro los presentó a Andrés y a ella, y el hombre la saludó con una sonrisa y le estrechó la mano con firmeza antes de hacer lo mismo con el resto de los presentes.

–Estoy encantado de estar aquí. Ha sido muy amable por su parte de invitarme. ¡Qué salón tan bonito! –comentó admirando la estancia.

Paula tenía la sensación de que lo había visto antes en alguna parte. Quizá había ido a la oficina por un motivo u otro. Tenía un cierto aire disoluto, como de profesor de universidad que se acuesta con sus alumnas. «¿Pero qué estás pensando?», se reprendió. «Eres tan prejuiciosa como Pedro y sus hermanos. Dale una oportunidad». No sabía nada de él; solo que Pedro no lo quería allí.

–En realidad la casa ha sido restaurada en buena parte – comentó Sonia–. Se caía a pedazos cuando la compraron nuestros abuelos paternos. La abuela se empeñó en que quería comprarla y se pasó años haciendo reformas para devolverle su esplendor original. Incluso compró muebles de época.

–Y por eso parece más un museo que una casa de verdad –murmuró Pedro.

–En cierto modo es un museo –intervino Carolina–, un monumento a una época que la abuela adoraba. Siempre decía que le habría gustado vivir a principios del siglo XIX para poder llevar esos vestidos largos y pasarse tardes enteras jugando a las cartas.

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