lunes, 13 de octubre de 2014

Simplemente un beso:Capítulo 3

Cuando Edmund salió de la consulta, Pedro se quedó mirando la escayola. Estupendo. Aquello era simplemente estupendo. Justo cuando tenía más casos que nunca en toda su vida como detective privado. ¿Cómo iba a poder vigilar a nadie con aquella enorme cosa blanca en la pierna?
El accidente había sido muy raro. Pedro podría jurar que el niño se le había echado encima, como si quisiera tirarlo al suelo.
El rostro de la madre del niño apareció en su mente entonces. Un par de asustados ojos verdes, una nube de rizos rubios y un cuerpo esbelto con un biquini azul… era como un ángel. Con un hijo que era un demonio, pensó, irritado.
—Aquí están —dijo Edmund, entrando de nuevo con un par de muletas en la mano—. ¿Quieres que te enseñe a usarlas?
— Supongo que puedo imaginármelo —replicó Pedro, sarcástico. Usar unas muletas no podía ser tan difícil.
—Necesitarás ayuda durante unos días. Es difícil moverse con una pierna rota. Y con una sola mano te va a resultar más difícil aún. ¿María sigue limpiando tu casa?
—Sí. ¿Por qué?
Los dos hombres salieron de la consulta. Pedro , caminando con dificultad mientras intentaba acostumbrarse a las muletas.
—Podrías pedirle que se quedara unos días, hasta que puedas manejarte solo.
—De eso nada. María cree que soy el demonio reencarnado y solo me limpia la casa porque le pago un dineral. Además, no me cae bien.
Edmund soltó una carcajada.
—A ti nadie te cae bien, Pedro. Bueno, tengo que irme. Pide cita en mi consulta dentro de un par de días para que pueda echarte un vistazo —se despidió, dándole un golpecito en la espalda.
Pedro lo observó alejarse. El dolor en su pierna aumentaba cada minuto. Suspirando, se apoyó en las muletas y se dirigió hacia la puerta del pasillo, que tuvo que abrir con el hombro, mascullando varias palabrotas.
Al otro lado de la puerta estaban la mujer y el niño de la playa. Ella se levantó al verlo y el crío empezó a dar palmas, tan contento.
—¿Qué está haciendo aquí?
Como si no hubieran hecho ya suficiente. El niño lo había tirado al suelo y después su madre se había lanzado sobre él para rematarlo.
—No sabe cómo siento lo que ha pasado. Me gustaría poder hacer algo por usted… pagar los gastos del hospital, por ejemplo.
—No hace falta. Tengo un seguro —murmuró Pedro, irritado.
Además, ella no tenía aspecto de poder pagar nada. Sus sandalias parecían muy usadas y el pareo que llevaba sobre el biquini había perdido el color, seguramente tras multitud de lavados.
No era la típica turista que iba a Florida a pasear por la playa con biquinis de diseño y que cenaba en los mejores restaurantes, con joyas que podrían dar de comer a una familia entera.
Pedro era investigador privado y, por costumbre, la examinó con ojo profesional. Pero cuando la miró como hombre, se percató de que su pelo parecía tan suave como la seda y que los rizos dorados rodeaban su cara como un halo. Era muy guapa y el pareo no podía disimular sus curvas.
Pedro sintió un extraño calor en el estómago. Y eso lo irritaba. En aquel momento, todo lo irritaba.
—Tiene que haber algo que pueda hacer por usted, señor Alfonso.
—¿Cómo sabe mi nombre?
—Me lo dijo una de las enfermeras —contestó ella, incómoda—. Me siento responsable del accidente. Tiene que dejarme hacer algo para reparar el daño.
—Mire, señora, ya no puede hacer nada. Si hubiera estado vigilando a su hijo, esto no habría ocurrido —replicó Pedro, dando un par de pasos hacia la puerta.
Paula se adelantó e intentó abrirla, pero con tan mala suerte que lo golpeó en la pierna sana.
—Ay, perdone —murmuró, horrorizada.
Paula miró al cielo, exasperado.
—Tengo que pasar un millón de informes al ordenador, lo cual es estupendo considerando que solo tengo cinco dedos sanos. Estoy intentando resolver casos que me exigen ir de un lado a otro y no hay nada que usted pueda hacer para solucionarlo, a menos que ocurra un milagro.
Cada palabra salía de su boca como una bala.
—Yo sé usar un ordenador.
Él se volvió para mirarla.
—Pues me alegro por usted.
—Podría escribir esos informes.
Paula se colocó a su lado, con el niño de la mano. Olía bien, a flores. Y él sintió de nuevo aquel calor en el estómago.
—No, gracias. Seguramente se cargaría mi ordenador.
—¿Cómo va a llegar a su casa?
La pregunta hizo que Pedro se quedase parado. Había ido corriendo a la playa desde su casa, pero en aquellas circunstancias no había forma de volver andando.
—Llamaré a un taxi.
—Yo tengo el coche aquí mismo y me gustaría llevarlo a casa si no le importa. Por favor, deje que al menos haga eso por usted.
Pedro estaba demasiado cansado y dolorido como para discutir. Lo único que deseaba hacer era llegar a su casa y tumbarse en la cama.
—Muy bien —dijo por fin. Después, miró al niño con el ceño fruncido—. Siempre que mantenga a ese pequeño monstruo lejos de mí.
Ella apretó la manita del niño, con expresión airada.
—No es ningún monstruo. Es un niño muy bueno.
—Sí, eso solían decir de Pedro, El Destripador — replicó él, irónico.
La joven se puso colorada, pero no replicó.
—Mi coche está en el aparcamiento. Espéreme aquí un momento.
Pedro asintió y se apoyó en la pared del edificio, preguntándose si aquella chica podría llevarlo a casa sin que ocurriera una catástrofe.
No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que algo terrible iba a pasar.

2 comentarios:

  1. Espectaculares los 2 caps Naty!!!! Me re divierte esta novela jaja

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  2. que linda nove.. jajajajajaj me río imaginando la cara de Pedro, todo enojado con el nene !!

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