jueves, 23 de octubre de 2014

Simplemente un beso:Capítulo 24

Pedro  abrió los ojos de nuevo y se quedó mirando las olas. Se alegraba de que se hubieran ido. No necesitaba a una pecosa llena de sueños y a su delincuente hijo alrededor.
Las primeras sombras de la noche envolvieron la casa y Pedro hizo un par de llamadas para retrasar algunos casos hasta que pudiera moverse.
Más tarde, recibió la llamada de su colega en el cuerpo de policía, informándole de que Samuel Jacobson había aceptado pagar la pensión que le debía a sus hijos. Un poco más contento, Pedro encendió el televisor.
Después de ver una serie cómica, se dio cuenta de por qué nunca veía la televisión. La serie era estúpida y las risas enlatadas, irritantes.
Cuando apagó el aparato, el silencio se instaló de nuevo en la casa. ¿Por qué lo molestaba tanto cuando nunca antes lo había molestado? Pedro no quería ni pensar cuál era la respuesta.
Por fin se fue a la cama y se quedó dormido casi inmediatamente, pero durmió mal, dando vueltas casi hasta el amanecer. Se despertó tarde y estaba tomando una taza de café cuando alguien llamó al timbre.
Pedro se levantó, apoyándose en las muletas. Paula debía haber encontrado alguna razón para volver, pensó. Sin darse cuenta de que tenía una sonrisa en los labios, se dirigió a la puerta. Pero no eran Paula y Bautista, sino María.
La desilusión que sintió al verla lo confundió.
—¿Qué haces aquí? Creí que habrías metido en una maleta el dinero que ganaste en el bingo y te habrías marchado del país.
—Nunca me marcharía del país sin dejar a alguien que cuide de tí —replicó la mujer, entrando en la casa como si fuera la suya.
Pedro levantó una ceja; incrédulo.
—Ya. ¿Cuánto has perdido?
María entró en la cocina, se sirvió una taza de café y se dejó caer sobre una silla.
—Yo solo pensaba comprar cinco cartones, pero mi hermana insistió en que comprara más porque era mi día de suerte. Menuda suerte —suspiró la mujer—. Mi hermana dice que tiene poderes psíquicos, pero yo más bien creo que es una psicópata.
A pesar de su mal humor, Pedro sonrió.
—¿Una sonrisa? ¿Qué te pasa, estás enfermo? — preguntó María, irónica—. Espera, estoy teniendo una visión.
—Creí que la que tenía poderes psíquicos era tu hermana —replicó Pedro, burlón.
María abrió un ojo.
—Es una cosa de familia. Veo una mujer con el pelo rubio y las piernas largas. Tiene un niño pequeño… un niño rubito con los ojos azules. Creo que han sido ellos los que te han devuelto la sonrisa.
Por un momento, Pedro se quedó petrificado, pero entonces recordó que el día que había despedido a María, ésta salía de casa cuando Paula llegaba con el coche.
—Espera… yo también tengo una visión —dijo entonces Pedro—. Veo una señora de la limpieza que se mete donde no le llaman, que suele perder en el bingo y que está intentando convencer a su patrón de que vuelva a contratarla.
—Eso prueba que ninguno de los dos es *****.
—¿Quieres seguir trabajando para mí o no?
Las cejas grises de María bailaron sobre sus ojos.
—¿Vas a darme un aumento?
—No. Esta vez, no. Ya te pago el doble del salario normal.
—Pero me lo merezco.
Pedro rió, preguntándose cómo conseguía rodearse siempre de mujeres tan listas. Primero María, después Paula. Las dos eran obstinadas, discutidoras y optimistas. María estaba convencida de que cualquier día ganaría la lotería o el bingo. Estaba tan convencida de eso como Paula de que encontraría a su príncipe azul.
— Si quieres, puedo empezar a trabajar ahora mismo.
—Muy bien. Voy a guardar las cosas de Bobby en el armario para que puedas limpiar la habitación.
María lo miró, sorprendida. La habitación de Bobby había estado hasta entonces cerrada para todo el mundo, incluida ella.
—Vale. Voy al coche por mi bata y vuelvo enseguida —dijo, levantándose de la silla.
Pedro permaneció sentado durante unos segundos. Se había sorprendido a sí mismo diciendo que iba a guardar las cosas de Bobby. Pero entonces se dio cuenta de que la idea llevaba toda la mañana dando vueltas en su cabeza.
Cuando entró de nuevo en la habitación, vio los juguetes con los que Bobby no jugaría nunca, la ropa que ya no le valdría…
No había razón para guardar aquellas cosas. Pedro sabía que el día de su cumpleaños compraría otro regalo. Seguiría añadiendo cosas a la colección, pero no había razón para conservar las que se habían quedado pequeñas.
Debería dárselas a alguien que pudiera usarlas, pensó, mirando un jersey con ositos azules. Era de la talla de «Terminator». Una sonrisa iluminó su rostro al pensar en Bautista.
No sabía cómo había pasado, pero ese niño se le había metido en el corazón. No había nada en aquel niño rubio de ojos azules que le recordara a su hijo y sabía que su afecto por Bautista  no era una transferencia de sentimientos.
Bautista era simplemente Bautista. Pedro dejó el jersey sobre la cama y después fue al armario para buscar unas cajas.
Cuando terminase de guardar las cosas, llamaría a Paula y le diría que fuera a buscarlas.
Pero se negaba a reconocer que su corazón se aceleraba ante la idea de volver a verla.

4 comentarios:

  1. Qué lindos capítulos! me encanta que quiera volver a verla, que los extrañe aunque le cueste reconocerlo!!!

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  2. Naty.. los extraña, Pedro se hace el duro pero los quiere ! Lindos capitulos

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