viernes, 31 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 39

—Pues va a costarte.
Pedro soltó una carcajada, sintiéndose más alegre y libre que nunca.
—Créeme, cueste lo que cueste valdrá la pena.
—El señor Johnson, de la habitación doscientos cuarenta y uno quiere que vayas a verlo —le dijo Roberta Stamm—. ¿Te importaría ir a echarle un vistazo? Sé que estabas a punto de irte a casa, pero…
—Claro que no —la interrumpió Paula, saliendo al pasillo.
Era su primer día de trabajo. Su abuela había intentado convencerla de que se quedara en casa aquella semana para disfrutar de sus vacaciones, pero ella había querido volver al trabajo inmediatamente tras su regreso de Masón Bridge.
Necesitaba tener alrededor gente realmente enferma, gente que necesitara consuelo para no pensar en su corazón roto. Necesitaba hacer cosas para no pensar en Pedro Alfonso.
Y aquel día no había parado. Desgraciadamente, Paula había descubierto que, hiciera lo que hiciera, por mucho que se concentrara en una tarea, no podía dejar de pensar en él.
Cuando entró en la doscientos cuarenta y uno, sonrió al hombre de cabello gris que estaba tumbado en la cama.
—Hola, señor Johnson. La enfermera Stamm me ha dicho que quería verme.
—Preferiría ver las cuatro paredes de mi casa — replicó el hombre, con sequedad.
—No tardará mucho en irse a casa —lo tranquilizó Paula. El señor Johnson había sufrido una neumonía, pero estaba a punto de ser dado de alta—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Esta mañana, me colocó las almohadas muy bien y me gustaría que volviera a hacerlo.
—Eso no es difícil —sonrió Paula, tomando una de las almohadas y colocándola a gusto del paciente. Después, hizo lo mismo con la otra—. ¿Ahora está mejor?
El señor Johnson se echó hacia atrás y cerró los ojos.
—Mucho mejor —contestó, con una sonrisa tímida.
—Ahora tengo que irme a casa, pero Polly Man—son está de guardia y a ella se le da muy bien colocar almohadas.
El hombre asintió.
—Que pase una buena noche. Ojalá yo estuviera en mi casa.
Paula sonrió de nuevo.
—Estará de vuelta en casa antes de que se dé cuenta, ya verá.
Después de despedirse, salió de la habitación y volvió a la sala de enfermeras para buscar su bolso.
Temía la noche que se avecinaba porque Bautista estaba muy inquieto desde que volvieron de Masón Bridge. Era absurdo pensarlo, pero parecía echar de menos a Pedro tanto como ella.
—Paula Chaves a la unidad de urgencias.
Paula se quedó inmóvil. Por un momento, la voz que salía por el megáfono le había parecido la voz de… de Pedro Alfonso. Pero eso era imposible.
Pedro estaba en Florida. Pedro la había echado de su vida.
Mientras pulsaba el botón del ascensor para bajar a urgencias, se preguntaba si le pedirían que hiciera una guardia aquella noche. Aunque no era normal que la avisaran cuando estaba a punto de marcharse a casa. Y aquella noche no podría quedarse porque tenía que ir a buscar a Bautista a la guardería.
Desde que volvió de Florida, estaba muy cansada y sabía bien que era un cansancio nacido de la depresión. Echaba de menos a Pedro.
Tiempo, se recordó a sí misma. Solo el tiempo cura lo que está roto.
Paula escuchó sonido de voces airadas antes de entrar en la sala de urgencias,
—Señor, no puede usar el megáfono —estaba diciendo Nancy Noland, una de las enfermeras.
—Es un asunto de vida o muerte. No sea tan mojigata y déjeme usar el micrófono otra vez.
Paula se quedó inmóvil al otro lado de la puerta. Pedro. Nadie más tenía aquel tono exasperado. Nadie más podía ser tan gruñón.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Para qué había ido al hospital?
No tenía ni idea. Pero estaba a punto de averiguarlo.
Temblando, empujó la puerta. Y allí estaba, en la sala de enfermeras. Pedro. Con la pierna y los dedos de la mano escayolados y la misma expresión hosca de siempre.
—Solo déjeme llamar otra vez.
Nancy negó con la cabeza.
—¿Por qué no se sienta un poco y se tranquiliza?
—No puedo tranquilizarme —contestó él.
—¿Pedro? —lo llamó Paula. No sabía quién se alegraba más de verla, Nancy o él.
—¡Ah, por fin, gracias a Dios!

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