jueves, 16 de octubre de 2014

Simplemente un beso:Capítulo 9

Paula descubrió que se había dejado la bolsa de los pañales una hora más tarde, cuando se disponía a cambiar a Bautista. Pensó en volver inmediatamente a casa de Pedro, pero al recordar que él iba a echarse un poco decidió esperar.
Después de sacar un pañal de la maleta, cambió al niño, que parecía estar intranquilo desde que habían vuelto al hotel.
—¿Qué te pasa, cielo?
Por supuesto, Bautista no respondió y se limitó a sentarse en el suelo para jugar con sus juguetes.
Paula se acercó a la ventana. Podrían bajar a la playa, pensó. Pero la idea del sol y la arena no le apetecía demasiado. Quizá podría echarse un rato. Bautista estaba tan inquieto que una siesta le iría bien. Además, tampoco ella había podido dormir bien la noche anterior y estaba cansada.
Después de tomar la decisión, se tumbó en la cama con el niño, que protestó airadamente. Paula empezó a acariciar su cabecita para calmarlo y unos minutos después, Bautista cerraba los ojos y su respiración se volvía regular.
Mientras dormía, Paula estudió a su hijo, encantada con cada uno de sus diminutos rasgos. Era un auténtico Chaves , con la carita redonda, la piel muy blanca y el pelo rubio. Era como si la naturaleza, siempre tan sabia, hubiera decidido no otorgarle ninguno de los rasgos de Bill.
Mientras miraba el techo, sus pensamientos iban de su hijo a Pedro Alfonso. Desde luego, a Pedro el niño no parecía gustarle nada. Nunca había visto a un hombre más incómodo en presencia de un niño pequeño.
Paula tuvo que tragarse una risita al recordar cómo Bautista se abrazaba a la escayola y después a su cuello, haciendo que aquel hombre tan grande pusiera cara de pánico.
Pedro Alfonso la intrigaba. Era antipático, impaciente y grosero, pero detrás de esa fachada, sentía que había una gran vulnerabilidad, un temor a compartir sus sentimientos por miedo a… ¿miedo a qué?
Pero estaba dejando volar su imaginación, se dijo. Ella no sabía absolutamente nada sobre Pedro Alfonso y no tenía ningún deseo de conocerlo mejor.
Paula  intentó apartar aquellos pensamientos, pero no funcionó. Los ojos azules del hombre, tan fríos cuando estaba enfadado, pero tan cálidos las pocas veces que sonreía, eran difíciles de olvidar. Y su sonrisa… poseía una cierta perversidad que hacía que su temperatura aumentase.
Aun así, no se parecía nada al que ella imaginaba su hombre perfecto. Paula cerró los ojos y luchó por recrear la imagen de su príncipe azul.
En realidad, no tenía una imagen concreta, pero sabía que tendría una sonrisa tímida y ojos suaves. Sería un hombre callado, con los mismos ideales que ella. Serían como dos mitades de un todo, dos almas gemelas.
Ese hombre adoraría a Bautista. No lo llamaría «Billy el niño», ni «Terminator» y sus facciones no mostrarían pánico cada vez que su hijo se acercara.
Tenía la impresión de que Pedro no era el alma gemela de nadie. Obviamente, había nacido para ser soltero y se compadecía de cualquier mujer que intentara cambiarlo.
Eran casi las tres de la tarde cuando Bautista la despertó, intentando soltarse de sus brazos. Paula lo sujetó cuando estaba a punto de caer de cabeza al suelo.
—Oye, niñito, ¿dónde crees que vas? —sonrió, haciéndole cosquillas en la tripa. Bautista empezó a reír como un loco—. ¿Quieres salir a dar un paseo?
—Pazeo —repitió el niño, señalando la puerta de la habitación.
Paula soltó una carcajada.
—Espera un momento, renacuajo. Antes hay que bañarse y arreglarse un poco.
Su plan era ir a casa de Pedro para rescatar la bolsa de los pañales y después, Bautista y ella irían a dar un paseo en coche y buscarían un agradable restaurante al aire libre para cenar.
Eran casi las cinco cuando aparcó frente a la casa de Pedro Alfonso. La playa era una delicia a aquella hora. Durante un momento, Paula se quedó apoyada en la puerta del coche, disfrutando de la belleza del paisaje. Las olas golpeaban suavemente la playa y el sonido era muy relajante.
Pedro debía haber pagado una fortuna por aquella casa a la orilla del mar, pensó. Ser detective privado debía ser un buen negocio.
Mientras subía las escaleras del porche con Bautista en brazos, rezaba para que Pedro hubiera dormido un poco. Tenía cara de cansancio mientras desayunaban y si no había dormido estaría de mal humor. De peor humor. Si eso era posible.
Entraría y saldría, se dijo a sí misma mientras llamaba a la puerta. No había razón para quedarse. Tomaría la bolsa de los pañales y se marcharía.
— ¡Entre! —escuchó la voz de Pedro.
Paula abrió la puerta y lo vio delante del ordenador. Llevaba unos pantalones cortos de color azul y una camiseta gris y cuando se volvió para mirarla, vio que se había afeitado.
—Hola.
—Ya me imaginaba que sería usted.
— Sí, soy yo —murmuró Paula. Sin la sombra de barba, era mucho más guapo de lo que había imaginado. El vello facial ocultaba sus pómulos altos y escondía completamente el hoyito que tenía en la barbilla.
— ¿Qué está mirando? —preguntó él, con tono malhumorado.
—Nada…yo… —empezó a decir Paula, poniéndose colorada—. Se ha afeitado.
Pedro se pasó una mano por el mentón.
— Sí. Y también me he dado un baño, si quiere llamarlo así. He descubierto que una escayola es un obstáculo imposible para bañarse.
—Pues tiene usted muy buen aspecto.
Él la miró, sorprendido.

4 comentarios:

  1. Muy buenos los 2 capítulos! q difícil es tratar con Pedro! Pau va a tener q tener una paciencia terrible!!!

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  2. Ayyyyyyyyyy, que afloje un poco Pedro x favorrrrrrrrrrr!!!!!!!!!!

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