domingo, 26 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 29

—He estado pensando en seguir tu consejo y ponerme de nuevo en contacto con los Servicios Sociales de Miami.
Pedro la sorprendió diciendo aquello mientras limpiaban los platos.
—¿De verdad? —preguntó Paula, ilusionada—. ¿Cuándo?
—No lo sé. Cuando vaya a Miami. No quiero hacerlo por teléfono. Es muy fácil ignorar una llamada telefónica.
—Yo te llevaré a Miami. Solo se tardan cuatro horas. Podríamos ir mañana.
—No puedo pedirte que hagas eso —dijo Pedro, incómodo—. Esto es asunto mío, mi vida. Y ya has tenido que perder mucho tiempo conmigo.
Paula metió los platos en el lavavajillas.
—No me importa, Pedro. De verdad. Además, había pensado ir a Miami.
El la miró, incrédulo.
—¿Y para qué pensabas ir a Miami?
—Pensaba llevar a Bautista al acuario.
Era cierto. Había leído información sobre el acuario de Miami, en el que ofrecían un espectáculo con delfines y pensaba ir, aunque no tenía decidida la fecha.
Pedro la miró a los ojos.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué estás perdiendo tus vacaciones conmigo?
Paula hubiera querido responder frívolamente, pero no se le ocurría nada. «Porque aunque parezca una locura, me importas». Aquellas palabras aparecieron en su mente, aunque no las dijo en voz alta.
—No lo sé —contestó por fin—. Supongo que porque, a pesar de tus defectos, me caes bien.
Pedro tomó el bol de la ensalada.
—Pues eso prueba que estás como una cabra — dijo, guardándolo en la nevera—. A veces me pongo insoportable durante los viajes largos —le advirtió.
—Pues entonces te meteré en el maletero.
Pedro sonrió y en aquella sonrisa juvenil, Paula vió algo frágil y precioso que los conectaba.
Y eso la emocionaba y la asustaba a la vez.
Él también pareció sentirlo. Podía verlo en sus ojos.
La sonrisa del hombre desapareció.
—Voy a darte lo que he guardado para ti. Supongo que es hora de que Bautista se duerma y querrás volver al hotel.
—Sí, se está haciendo tarde —murmuró Paula.
—Espera. Vuelvo enseguida.
Pedro desapareció por el pasillo y ella se sentó en una silla a esperar. Nunca había conocido a nadie tan extraño como él. Un segundo antes parecía invitarla a acercarse y después la rechazaba.
Le importaba Pedro Alfonso. Esa era la verdad. ¿Cómo podía haberse convertido en alguien tan importante en tan poco tiempo?
Se daba cuenta de que la decisión de ir a Miami y reanudar la búsqueda de Bobby era un paso muy importante. Y si estuviera en sus manos, Paula se encargaría de que no cejara hasta encontrar al hijo que había perdido.
Pero no estaba en sus manos.
En menos de dos semanas, ella estaría de vuelta en Kansas, inmersa en la rutina de una mujer trabajadora con un hijo, luchando por darle a Bautista la vida que soñaba para él.
Pedro entró entonces en la cocina, con dos cajas de cartón en la mano.
—¿Qué es eso?
—Echa un vistazo.
Paula abrió una de las cajas y cuando vió los juguetes, los reconoció inmediatamente. Eran los que había visto en la habitación de Bobby dos días antes.
—¿Seguro que quieres regalarme todo esto? — preguntó, sorprendida.
Pedro se encogió de hombros.
—No tiene sentido que guarde estas cosas. Aunque Bobby apareciera mañana mismo, sería demasiado mayor para estos juguetes.
Bautista se levantó y miró hacia arriba, como si supiera que los regalos eran para él. Cuando su madre sacó un coche de bomberos, sus ojitos azules se iluminaron.
—Tamión —exclamó, dando palmaditas.
Con Bautista ocupado, Paula apartó la primera caja y miró en la segunda. Era ropa de niño. Todas las prendas llevaban la etiqueta puesta y eran de calidad.
—Hay varias tallas, sobre todo la dos y la tres, así que te vendrán bien.
—No sé qué decir —murmuró Paula—. Gracias.
De nuevo, Pedro se  encogió de hombros.
—Si no te lo diera a ti, se lo daría a alguna institución. Ya era hora de deshacerme de algunas cosas.
Aunque lo había dicho con aparente tranquilidad, Paula sabía el enorme dolor que debía haber sentido mientras guardaba las cosas de Bobby en cajas.
Y, por un momento, el dolor del hombre se convirtió en el suyo propio. Paula tomó un par de diminutos vaqueros y acarició la tela, esperando que la emoción dejara de ahogarla.
—Quizá en Miami puedas encontrar alguna respuesta. Quizá puedas encontrar a Bobby por fin —dijo cuando pudo hablar.
Los ojos azules del hombre se volvieron fríos.
—No lo creo. Pero sí creo que debo hacer un último intento antes de dejar atrás el pasado definitivamente. Al contrario que tú, yo hace tiempo que dejé de creer en los finales felices.
—Sé que a veces no hay finales felices, Pedro. Sé que la vida no es justa y que a veces ganan los malos.
Pedro la miró, irónico.
—Tú mantuviste una mala relación con un hombre que te defraudó cuando quedaste embarazada. ¿Qué sabes tú del auténtico dolor?

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