viernes, 17 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 10

—Gracias —murmuró, volviéndose hacia el ordenador—. Su bolsa está en la cocina.
Bautista se removió, incómodo.
—Zuelo —ordenó.
—No, Bautista —dijo Pedro, sujetándolo. Fue a la cocina, tomó la bolsa y volvió al salón. Pedro estaba escribiendo en el teclado con un solo dedo—. ¿Ha llamado a María?
De nuevo, él se volvió para mirarla.
—He intentado llamarla, pero no está en casa. Estará en el bingo, supongo. La llamaré mañana.
—¿Ha dormido algo?
— Sí. He dormido un par de horas.
—Bautista y yo vamos a ir a cenar a alguna parte. ¿Le apetece venir con nosotros?
La invitación había salido de sus labios antes de que pudiera evitarlo.
—No puedo —contestó Pedro con cara de pocos amigos, una expresión que a Paula empezaba a resultarle familiar—. Tengo que terminar estos informes para mañana por la mañana y al paso que voy tendré que estar delante del ordenador toda la noche.
—Me ofrecí a ayudarlo. ¿Recuerda?
— Sí, ya —murmuró él, estudiándola con atención—. ¿El ofrecimiento sigue en pie?
La pregunta había sido hecha con lentitud, como si le costara un mundo admitir que necesitaba ayuda.
—Claro que sí.
Sus planes de cenar en alguna terraza agradable se iban por la ventana, pensó.
—Tengo que pasar al ordenador varios informes.
—No me importa hacerlo, Pedro —dijo entonces ella, tuteándolo por primera vez—. Dime lo que necesitas y te echaré una mano.
—Podría pedir una pizza para cenar —sugirió él.
—Muy bien —asintió Paula, dejando a Bautista en el suelo con uno de sus juguetes favoritos—. ¿Por qué no me dices qué es lo que tengo que hacer?
—Tengo el borrador de los informes escrito a mano —dijo Pedro , señalando un montón de papeles sobre la mesa. Paula se inclinó para echarles un vistazo.
Estaba suficientemente cerca como para que pudiera oler su colonia, un aroma fresco y masculino.
Pedro pulsó el ratón del ordenador.
—Este es el formato que uso para los informes. Es muy sencillo.
—A ver…
Paula se inclinó un poco más para ver la pantalla, tanto que podía sentir el calor que irradiaba el cuerpo del hombre. De nuevo, se sintió abrumada por su potente masculinidad.
Intentaba concentrarse en la explicación, pero no podía dejar de mirar aquella mano fuerte, los antebrazos musculosos, el bulto de los bíceps bajo la camiseta…
Pedro Alfonso parecía estar en muy buena forma física y Paula recordó entonces los cinco kilos que le sobraban y que no había podido quitarse desde que nació Bautista. Cinco kilos que se negaban a despegarse de su cuerpo.
—¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó Pedro , volviéndose. Sus caras estaban muy cerca, sus labios casi rozándose… Paula se quedó sin aire.
Los profundos ojos azules del hombre se hicieron más oscuros, casi como el azul de una piscina en la que ella hubiera querido ahogarse.
—Claro que podré hacerlo —contestó. Su voz sonaba como si llegara de muy lejos.
—Muy bien. Solo tengo una pregunta más.
—¿Qué?
—¿De qué te gusta la pizza?
—¿Pizza? —murmuró Paula , como si no supiera de qué estaban hablando—. Ah, me da igual. De cualquier cosa.
—De cualquier cosa —repitió Pedro.
Paula se había puesto colorada y disimuló, apartándose para que él pudiera levantarse de la silla. ¿Qué pensaba, que iba a preguntarle si podía besarla?
¿Por qué iba a querer que Pedro Alfonso la besara? El no era nada más que la desgraciada víctima de un accidente, nada más que un hombre muy desagradable que el destino había puesto en su vida durante unos días.
—Tendrás que echarle un ojo a Bautista. No puedo trabajar y vigilarlo al mismo tiempo.
—¿No podemos atarlo? —preguntó él, de broma. Antes de que Paula replicase como se merecía, Pedro levantó una mano—. Vale, vale. Ya veo que eso está fuera de cuestión. Yo lo vigilaré, pero como se acerque a mí llevando en la mano algo que se parezca remotamente a un arma, llamo a la policía.
Paula soltó una carcajada. Bajo esa fachada antipática y huraña, había un sentido del humor que estaba empezando a gustarle.
Pero debía ponerse a trabajar. Sería mejor concentrarse en el ordenador y poner la mayor distancia posible entre ella y Pedro Alfonso.
Debía admitir que lo encontraba muy atractivo. Y también podría admitir que había cierta tensión sexual cuando estaban juntos. Pero desde luego, Pedro no era la clase de hombre que quería en su vida.
Su relación con Bill había sido un error. Y tener una relación con Pedro sería una locura.
Paula sonrió para sus adentros, sorprendida de que una sencilla mirada pudiera despertar tales consideraciones.
Pasaría los informes al ordenador, compartirían la pizza y después retomaría sus vacaciones como si nada hubiera pasado. Con aquello en mente, puso las manos sobre el teclado y empezó a trabajar.
Pedro se echó hacia atrás en el sofá y estiró las piernas por debajo de la mesa, tarea difícil porque para hacerlo tenía que apartar primero con el pie la basura que había en el suelo.
No había querido pedirle a Paula que lo ayudara, pero después de una hora intentando pasar los informes, estaba desesperado.

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