domingo, 12 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Prólogo

—¿A que son monísimos? —sonrió Samantha Curell, señalando a los tres niños que jugaban en la arena.
La ayudante de Samantha, Marie, asintió.
—Mira cómo hablan. Es un lenguaje incomprensible, pero parece que estuvieran arreglando el mundo.
En realidad, Julie, Claire y Bautista no estaban arreglando el mundo. Lo que hacían las dos niñas era presumir de padre.
—Mi papá me llevó al cine ayer —estaba diciendo Claire, de dieciocho meses, en ese idioma que solo los niños entienden.
—¿Y qué? —replicó Julie, de veinte meses, con expresión aburrida — . Mi papá me ha comprado una muñeca nueva que me abraza cuando le aprieto la barriga.
Las dos pequeñas miraron a Bautista, de dos años. El niño frunció el ceño. A veces no le gustaban las chicas, especialmente las que presumían porque tenían un papá.
Bautista se puso a jugar con su camión, intentando aparentar que no le interesaba el tema.
—Mi papá es tan fuerte que cuando me sube en brazos, puedo tocar el techo — siguió Claire.
— Pues mi padre es policía y detiene a gente mala, así que es más fuerte —replicó Julie, que no quería dejarse ganar.
Incapaz de aguantar más, Bautista  dejó a un lado su camión.
—Pues yo voy a conseguir un papá y va a ser el mejor del mundo.
Claire rió, sus preciosos ojos azules mostrando incredulidad. Y en ese momento, Bautista decidió que cuando se casara con una chica, tendría los ojos marrones.
—¿Y cómo vas a conseguir un papá?
—En las vacaciones. Mi mamá va a llevarme de vacaciones mañana y cuando vuelva, voy a tener un papá.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —preguntó Julie.
—No lo sé, pero ya se me ocurrirá algo.
—Lo creeré cuando lo vea —replicó Claire, levantando la diminuta nariz.
—Pues ya lo verás. Va a ser el mejor papá de todos —insistió Bautista . Un segundo después se volvió, al escuchar la voz de su madre.
Paula Chaves estaba hablando con la señorita Samantha.
Hablaban en el lenguaje de los mayores y Bautista no entendía las palabras. Como los adultos no entendían cuando él hablaba con sus amiguitos.
—Tengo que irme —dijo el niño, levantándose—. Nos veremos cuando vuelva de vacaciones y entonces os presentaré a mi papá.
Bautista corrió hacia su madre, que abrió los brazos para recibirlo.
—Hola, cariño. ¿Te has portado bien?
Bautista se apretó contra su mamá, que siempre olía muy bien.
—Ha sido muy bueno —sonrió la señorita Samantha.
—Nos veremos a la vuelta de vacaciones —se despidió Paula.
—Que lo paséis muy bien. Adiós, renacuajo. Que lo pases bien en la playa.
El niño le dijo adiós con la manita. Cuando Paula lo llevaba hacia el coche, aparcado frente a la guardería, Bautista enredó los brazos alrededor de su cuello.
Su madre no tenía ni idea de lo que había planeado, pero un niño no debía crecer sin un padre. De una forma o de otra, iba a conseguir uno. Y si él conseguía un papá, su madre tendría un marido… le gustase o no.
La emoción hizo que se moviera, nervioso, mientras Paula  lo colocaba en la sillita del coche.
Bautista tenía una misión… y esa misión era conseguir un papá.

2 comentarios: