domingo, 26 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 30

Paula lo miró, perpleja.
—¿En serio crees que tú eres el único ser humano que sufre? Cuando tenía diez años, mi madre murió. Mis padres estaban divorciados, así que mi hermana y yo tuvimos que ir a vivir con mi abuela porque mi padre no quería saber nada de nosotras.
—No me lo habías contado.
—¿Y por qué tenía que hacerlo? Hay muchas cosas que no sabes sobre mí —replicó ella, furiosa—. Aprendí muy joven que hay dos opciones en la vida. O eliges ser feliz o eliges no serlo. O luchas o te rindes. Tú tienes que decidir qué clase de hombre eres, Pedro. Un superviviente o una víctima.
—¿Has terminado? —preguntó él entonces, con una sonrisa en los labios.
—No estoy segura —contestó Paula. Unos segundos después, sonrió también—. Bueno, supongo que sí.
—Me alegro. ¿Quieres un café? Podríamos sentarnos en la terraza y tomar un café mientras Bautista juega con el coche de bomberos.
Paula vaciló un momento. Le encantaría tomar un café, mirar la luna bailando sobre el agua y pasar un rato más con Pedro. Pero la escena era demasiado romántica… demasiado peligrosa.
—Será mejor que me vaya al hotel. Son casi las once y hace horas que Bautista debería estar durmiendo. Además, si mañana vamos a Miami, habrá que levantarse temprano.
—Sí, tienes razón —asintió Pedro, su mirada de nuevo inescrutable.
Paula miró las cajas y después a Bautista, que seguía jugando en el suelo con el coche de bomberos.
—¿Te importa vigilarlo mientras yo llevo las cajas al coche?
— Sí. Perdona que no pueda ayudarte.
Ella sonrió.
—No pasa nada. Puedo hacerlo yo sólita.
Mientras guardaba las cajas en el maletero, Paula intentaba no pensar cuánto le gustaría quedarse un rato más.
Sin saber cómo, durante las últimas setenta y dos horas, su relación con Pedro se había transformado en algo más serio.
Si fuera sensata, saldría corriendo. Si fuera sensata, se echaría atrás en sus planes de llevarlo a Miami y no volvería a verlo nunca.
Y cuando cerraba la puerta del maletero, se preguntó por qué no tenía intención de ser sensata.
— Señor Alfonso, ¿recuerda a la persona que llevaba el caso hace dos años? —preguntó Barbara Klein—. No es necesario, pero si lo supiéramos, quizá podría encontrar antes el informe.
Pedro frunció el ceño, intentando recordar el nombre de la persona que lo había atendido la primera vez que acudió a los Servicios Sociales de Miami.
—Green. Su apellido era Green, pero no recuerdo el nombre de pila.
—Elizabeth —dijo Barbara entonces—. Solo estuvo con nosotros durante unos meses. Me temo que tenía un problema con el alcohol.
Pedro sonrió con tristeza.
—Supongo que era por eso por lo que nunca podía ayudarme.
En ese momento, Paula tomó su mano y Pedro se sorprendió.
Y lo que más lo sorprendía era cómo agradecía el gesto. El calor, la fuerza que le daba la mano femenina parecía llegarlo al corazón.
El teléfono sonó en ese momento y Barbara contestó. Cuando colgó, sonrió como pidiendo disculpas.
—Tengo que atender un asunto urgente. Si no les importa esperar un momento, volveré enseguida —dijo, saliendo del despacho.
Pedro se levantó y empezó a pasear por la habitación.
—Tenía que pasarme a mí. Una asistente social con problemas de alcohol —murmuró, sacudiendo la cabeza.
—Barbara Klein no parece tener ese problema, así que quizá puedas conseguir alguna respuesta.
El intentó disimular su irritación. Una irritación que llevaba toda la mañana intentando disimular. Y sabía lo que causaba aquella irritación. La frustración sexual.
Había pasado la mañana metido en el coche con Paula, envuelto en su aroma, teniendo que soportar una proximidad que lo sacaba de quicio.
Cuando le había preguntado si quería tomar un café la noche anterior, lo que había querido en realidad era que se quedara a pasar la noche.
Había querido que durmiera en su cama, en sus brazos, después de haber hecho el amor apasionadamente. Había querido ver el sol iluminando sus facciones al amanecer mientras la despertaba con suaves caricias.
Pedro se sentó de nuevo cuando Barbara volvió a entrar en el despacho.
—Necesito toda la información que pueda darme —dijo la mujer—. Y veremos qué se puede averiguar.
Durante una hora, Pedro le dió a Barbara Klein toda la información posible sobre Sherry y Bobby y le explicó que quería recuperar a su hijo.
—Muy bien. Sé que ha esperado mucho tiempo y es una pena que Elizabeth Green llevara su caso, pero imagino que sabrá que hacen falta al menos tres semanas para averiguar algo —dijo la señora Klein, levantándose—. No damos información sobre los niños acogidos en los Servicios Sociales a cualquiera que entre por esa puerta.
Pedro y Paula  se levantaron a su vez, con Bautista prácticamente pegado a la pierna de Pedro.
—Entonces, ¿me llamarán en cuanto sepan algo?

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