domingo, 19 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 15

Había prometido que lo mantendría a salvo de Bautista, pero ¿quién iba a salvarla a ella de Pedro Alfonso?
Pedro estaba sentado frente a la ventana, mirando cómo el sol se levantaba en el horizonte tiñendo el oscuro cielo de rosa y oro, los colores reflejándose en el agua.
Paula estaba a punto de llegar y él había pasado toda la noche lamentando haber aceptado su oferta.
Si no fuera porque llevaba casi un año buscando a Samuel Jacobson, nunca habría aceptado.
Pedro suspiró, pasándose una mano por el pelo. Aquella noche había dormido relativamente bien, pero su reposo había estado poblado de inquietantes sueños en los que Paula era la protagonista.
En esos sueños, él la besaba y pasaba la mano por los cortos rizos dorados. Sus ojos eran del invitador verde del verano, prometiéndole placeres increíbles. ,
Pedro había caído prisionero de esos besos, de esas caricias. Y se había despertado horrorizado, no por el sueño, sino por la alegría que lo había acompañado. Una alegría que no había experimentado en mucho tiempo, una alegría que había creído no volver a experimentar jamás.
Paula , con su príncipe azul y su ideal de un amor eterno, se había mentido en su inconsciente. Pero Pedro sabía bien que no debía creer en tales fantasías.
—Ya he pasado por eso —murmuró para sí mismo. Y nunca más volvería a creer aquella mentira.
Había tardado cinco años en recuperarse después de que su vida se hiciera pedazos. Y no pensaba dejar que una rubia con ojos brillantes y locas esperanzas destrozase la paz que había conseguido para sí mismo.
Lo que no podía entender era cómo una mujer a la que había conocido dos días antes podía invadir sus sueños. Era ridículo.
Pedro miró su reloj y se levantó, apoyándose en las muletas. Eran exactamente las seis y tenía la sensación de que Paula era una persona puntual. Efectivamente, cuando salió a la puerta, acababa de parar el coche frente a la casa.
Bajar las escaleras del porche parecía mucho más difícil que subirlas, pero Pedro decidió hacerlo solo. Estaba harto de necesitar ayuda.
Había llegado al tercer escalón cuando Paula apareció a su lado.
—Deja que te ayude —le dijo. Antes de que Pedro  pudiera protestar, le quitó la muleta y se colocó bajo su brazo—. Apóyate en mí.
Los rizos rubios le hacían cosquillas en el cuello. Olía a fresco, a limpio, a flores y… ese olor, junto con el calor del cuerpo femenino, encendió una llamarada en su interior.
—No necesito ayuda.
—Claro que la necesitas, cabezota. ¿Estás bien? —le preguntó cuando estaban en el último escalón.
Pedro hizo una mueca.
—Tan bien como puede esperarse, considerando lo que tu hijo y tú me estáis haciendo pasar —dijo, con un tono más hosco de lo que pretendía.
Pedro vió un brillo en los ojos femeninos, pero Paula no dijo nada. Casi deseaba que se enfadara con él, que replicara algo para poder replicar a su vez y quitarse de encima la energía negativa que sentía en aquel momento.
Mientras entraba en el coche y Paula guardaba las muletas en el maletero, Pedro se sintió ruin y malvado. Bautista lo saludó desde su sillita en el asiento de atrás.
—Papá —dijo el niño, sonriendo.
—Te equivocas, niño. ******* es lo que deberías llamarme —dijo en voz baja.
Paula se sentó frente al volante y arrancó sin decir nada.
—Venga, dilo.
Ella lo miró, con curiosidad.
—¿Decir qué?
—Di que soy un *******.
—Vale. Pedro , eres un *******. ¿Ahora te sientes mejor?
—Sí —contestó él, echándose hacia atrás en el asiento—. ¿Tú nunca te enfadas?
—No. Intento que esas cosas no me afecten —contestó ella—. Además, si me enfadase cada vez que estás insoportable o dices alguna impertinencia, estaría todo el día enfadada. Y no tengo tiempo para eso.
—De todas formas, quiero disculparme. Es que no soporto sentirme tan…
—¿Impotente?
—Sí.
—Ya me lo imaginaba.
Debía ser ese sentimiento de impotencia lo que lo había atacado en la escalera. Su frustración no tenía nada que ver con un absurdo deseo por la «reina de los cuentos de hadas», sentada a su lado.
—Cuando llegues al cruce, gira a la izquierda.

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