miércoles, 22 de octubre de 2014

Simpelmente un beso: Capítulo 21

Paula había querido consolarlo, pero cuando los labios de Pedro se aplastaron contra los suyos, ese deseo de consuelo se vió reemplazado por una emoción más fuerte.
Pedro no le dió ocasión de respirar, ni de pensar mientras tomaba ansiosamente su boca. La rodeó con sus brazos, apretándola contra él como si quisiera atravesarla.
Paula puso las manos sobre su pecho, pensando en empujarlo para protestar por la caricia. Pero, de repente, sus brazos, como por voluntad propia, empezaron a subir por el duro torso del hombre hasta enredarse en su cuello. Sin pensar, se abandonó al sensual asalto.
Se dió cuenta de que quería que Pedro la besara. Por instinto, había sabido que él besaría con una pasión desenfrenada. Y, realmente, no se había equivocado.
Pedro introdujo la lengua en su boca, haciéndola bailar con la suya. Al mismo tiempo, había conseguido meter la mano sana dentro de la camiseta para acariciar su espalda.
La suave caricia, unida al calor del beso, hizo que una ola de deseo la recorriera. Su cabeza se llenó del aroma del hombre, la masculina fragancia de colonia fresca y jabón.
Pedro Alfonso podría no ser su príncipe azul, pero desde luego sabía besar.
Entonces, él abandonó sus labios y empezó a besarla en el cuello. Paula sabía que lo sensato sería apartarse, distanciarse de aquel roce embrujador, de la magia de sus labios.
Pero no quería ser sensata y no quería distanciarse. Ni siquiera estaba segura de poder dar un paso atrás porque le temblaban las piernas.
Sin pensar en las consecuencias, echó hacia atrás la cabeza y cuando enredó los dedos en su pelo, se sorprendió al notar que era sedoso y suave.
—Paula—susurró Pedro, mordisqueando su oreja—. Te deseo tanto…
Esas palabras, pronunciadas con voz ronca, enviaron un escalofrío de excitación por todo su cuerpo. Pero junto con el escalofrío llegó el primer susurro de sentido común.
Podía permitirse a sí misma caer en la red embrujadora que él estaba tejiendo a su alrededor, enterrar la cabeza y dejar que le hiciera el amor. Pero, ¿qué pasaría después?
Como máximo, sería un buen recuerdo de vacaciones para llevarse a casa, un apasionado souvenir de una noche con el hombre equivocado. Pedro no era hombre para ella y Paula no pensaba cometer el mismo error que había cometido con Bill.
Además, estaban muy emotivos justo antes de besarse. No confiaba en los sentimientos de Pedro hacia ella, no creía en la sinceridad de su pasión. Era solo fruto del momento.
—Pedro… —empezó a decir, empujándolo suavemente.
Él la soltó, como asustado de su propia pasión.
—Perdona —se disculpó, con los ojos brillantes—. Hace mucho tiempo que no tenía una mujer en los brazos y me he dejado llevar. No volverá a ocurrir.
Pedro se sentó a la mesa y empezó a servirse arroz. Paula se sentó también, temblando aún por las sensaciones que él había despertado.
—También hace mucho tiempo que no me abrazaba un hombre. Y también me he dejado llevar.
Pedro le dió un plato con pollo agridulce.
—¿No has estado con nadie desde… el padre de Bautista?
Ella se puso colorada.
—No —contestó—. ¿Y tú?
—Ha habido un par de barcos que pasan en la noche, pero no muchos y ninguno duró demasiado. Encontrar mujeres que entiendan lo que hay es muy difícil.
—¿Y qué es «lo que hay», Pedro?
Él tomó un trozo de pollo y masticó cuidadosamente. El brillo de sus ojos había desaparecido.
—La mayoría de las mujeres quieren cenas a la luz de las velas, miradas llenas de pasión, palabras dulces que no significan nada y, lo peor de todo, compromiso. A mí lo único que me interesa es una sana relación física, sin ataduras emocionales.
Si Paula había sentido algún remordimiento por detener aquel beso, el remordimiento desapareció instantáneamente. Aquella explicación demostraba la enorme diferencia que había entre ellos.
Le gustaba Pedro y se sentía muy atraída por él, pero ella nunca sería uno de esos «barcos que pasan en la noche». Sabía que su cuerpo y su corazón estaban unidos y hacer el amor para ella era mucho más que una simple y sana relación física.
Durante unos minutos comieron en silencio. Mientras Paula disfrutaba la comida, le daba vueltas a la historia de Pedro.
Tenía un hijo… un hijo al que obviamente quería y que había perdido. Le apenaba mucho su pérdida. Paula no podía imaginar la vida sin Bautista.
Querer a un hijo, como Pedro había querido al suyo durante tres años, verlo crecer, enseñarle a andar, verlo experimentar con todo, abrazarlo y… perderlo después, debía ser una experiencia trágica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario