domingo, 19 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 17

Paula no había pensado en lo cerca que estarían, pero según pasaban los minutos… y las horas, empezó a encontrarse incómoda.
El aroma de la colonia de Pedro llenaba el coche, un olor fresco, masculino. Como siempre, estaba un poco despeinado y eso le daba un aspecto viril y deportivo que Paula encontraba muy seductor.
Llevaba pantalones cortos y una camiseta gris que dejaba al descubierto los bronceados bíceps. La escayola que cubría una de sus piernas no le robaba atractivo. Todo lo contrario.
Pedro emanaba una energía tan masculina que la hacía ponerse tensa.
Y se preguntaba si Bautista también lo sentía porque el niño estaba más inquieto que de costumbre. Después de tirar el plátano al suelo, empezó a gimotear y a emitir los sonidos típicos de un niño que necesitaba desesperadamente una siesta.
—¿Qué le pasa? —preguntó Pedro cuando Paula se volvió por enésima vez para intentar consolarlo.
—Debería estar dormido, pero no quiere cerrar los ojos —contestó ella, ofreciéndole uno de sus juguetes favoritos. Pero el niño lo tiró al suelo y siguió llorando—. Quizá si lo saco de la sillita un rato…
No quería que Pedro se pusiera nervioso y haciendo un esfuerzo, desabrochó el cinturón de seguridad y lo colocó en su regazo.
Paula apretó al niño contra su pecho, dándole golpecitos en la espalda para que se durmiera. Pero Bautista estaba rígido y luchaba con todas sus fuerzas para contrarrestar los esfuerzos de su madre.
—Dámelo a mí —dijo Pedro.
Paula lo miró, asustada.
—No irás a tirarlo por la ventanilla, ¿verdad?
Él sonrió, con una de esas sonrisas que aceleraban su corazón.
—Te prometo que si me dan ganas de tirarlo por la ventanilla, primero te consultaré. Dámelo un momento.
Bautista se dejó tomar por los fuertes brazos del hombre.
—Muy bien, pequeñito. ¿Qué te pasa? —le preguntó. El niño miró a Pedro con los ojitos muy abiertos—. ¿Es que no sabes que los hombres no lloran?
—Yo no creo en eso —dijo Paula—. Los hombres expresan sus emociones igual que las mujeres. Y eso es lo que pienso enseñarle a mi hijo.
—Ah —murmuró Pedro, mirando al niño—. Ahora entiendo por qué estás tan enfadado. Tu madre quería que fueras una niña, como ella.
Paula soltó una carcajada y Bautista copió el gesto, como si encontrara la conversación muy divertida.
—Pedro  eres un caso.
—¿Has oído eso, Bauti? Tu madre se está metiendo conmigo. ¿Qué vamos a hacer?
Bautista lo miró durante unos segundos y después apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos. Unos minutos después, estaba profundamente dormido.
—Muy típico de los hombres. Cuando las cosas se ponen difíciles, se quedan dormidos —sonrió Paula.
Pedro siguió acariciando la espalda del niño, sin decir nada.
Paula miró hacia la casa que estaban vigilando. Pedro Alfonso la confundía. Decía odiar a los niños y, sin embargo, su hijo parecía a gusto con él. Y viceversa.
Ver a Bautista durmiendo sobre el fuerte pecho del hombre la emocionaba, hacía que sintiera un anhelo extraño en su interior. El hombre de sus sueños sería bueno con Bautista. Querría a su hijo tanto como a ella. Pero, por supuesto, su príncipe azul no era Pedro Alfonso.
—¿Qué ha hecho ese Jacobson? ¿Robar secretos industriales? —preguntó, intentando apartar la atención de la escena que había frente a ella.
Pedro miró por la ventanilla durante unos segundos, en silencio.
—Es un padre canalla —dijo por fin.
Paula lo miró, sorprendida.
—¿Cómo?
—Tiene una casa en Florida, otra en las islas Caimán, un Mercedes descapotable y un yate tan grande como un castillo. Y también tiene una ex mujer que vive con sus dos hijos en un apartamento de una habitación. La pobre intenta luchar como puede para sacar adelante a los niños y ese canalla se niega a pasarle una pensión. Le ha puesto varias denuncias, pero nunca han podido pillarlo.
—Entonces, ¿la ex mujer te ha contratado?

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